Por el Prof. Julio R. Otaño
Carta “
reservadísima” que doña Encarnación envía al Carancho del Monte, el fiel amigo
de su amado Juan Manuel, ufanada de su actuación política, resuelta, enérgica,
activa sin arenillas en la lengua, que dice como sigue:
“ Federación y Restauradores. Buenos Ayres Octubre
22 de 1833.
Estimado amigo: Su muy apreciable carta fecha 19 del corriente me
ha llenado, como debe creerlo, de alegría, no tan solo por los interesantes
detalles, que contiene respecto de los consecuentes amigos nuestros que espontáneamente
se han presentado á defender nuestra Santa Causa, cuanto por las intrigas que
se han descubierto iba a poner en practica el muy ingrato General Espeche. Pero
en este momento qe. son las doce del dia acabo de recibir cartas del Campamento
General, en que me dicen que este traidor había llegado a dicho punto pidiendo
alafia de las infinitas maniobras traidoras que había puesto en práctica“
Sírvase V. amigo y compañero, dar las mas expresivas gracias á mi nombre, á
todos los valientes y fieles gefes y soldados que componen las divisiones de
esos puntos, por la decisión con que se han prestado á auxiliar la vindicta de
las leyes y de nuestras garantías alevosamente vulneradas desde las elecciones
del 28 de Abril, por lo que 10 meses há, no se hubieran atrevido a levantar la
voz contra los Restauradores de las leyes como lo hacen actualmente. En fin su castigo
los espera, gracias al celo que han desplegado nuestros verdaderos amigos; y en
la que considero tiene V. y su benemérita división la mejor parte. El pueblo está como en tiempo de Lavalle escaso
de carne y provisiones del campo. Parece que estos Mandones quieren serlo a
toda costa, sin reparar la ruina que causan del pais. Por de contado que
nuestro pobre erario está a la discreción de estos ladrones aventureros. La
plata anda entre ellos con toda profusión y no reparan en gastos con tal de
salir con la suya aunque sea sacrificando al pueblo. Hacen tres días que están presos e
incomunicados los sres. Boneo, Pinedo, Ximeno y dos sargentos del batallón de
Marina por suponérseles cómplices en el levantamiento qe. Intentó hacer la
tropa y pasarse á nuestras fuerzas de afuera. Pues es tal la poca opinión con
que cuenta el Gobierno entre civiles y militares, que solo a fuerza de rigor y
vigilancia pueden evitar la emigracion. Aqui
los Boletines que publica el gobierno de sus corifeos Mienten por todos los
costados; pero nosotros que sabemos lo que pasa afuera no somos alucinados. Por
otra parte las proclamas que han circulado estos dias tanto de los infames, Olazabal
Fernandez y aun del mismo Pelele, respiran sangre y venganza. Sin
embargo de ser distinta la letra las contestaciones a sus apreciables cartas de
19 a 22 del crte. no le extrañe pues en medio de mis ocupaciones me he valido
de dos amigos que me han brindado su pluma para servicio de secretario. De
suerte que, estoy tan familiarizada ya con esta clase de ocupacion y
correspondencia que me hallo capaz de dirigir todas las oficinas del fuerte. Ya
le he escrito a Juan Manuel, que si se descuida conmigo a el mismo le he de
hacer una revolucion — Tales son los recursos y opinión que he merecido de mis
amigos. Ya sabe mi amigo que puede contar siempre con el invariable afecto de
su companera y eterna amiga. — Encarnacion Ezcurra de Rosas” .
Esposa de Rosas y figura fundamental de la
Confederación Argentina identificaba como “pasteleros”
a los federales más tibios o “lomos negros”, quienes a partir de 1833
conformarían una escisión disidente al liderazgo rosista y que se autobautizarían
“federales doctrinarios”. Es fundamental la correspondencia entre el
Restaurador y Encarnación durante la “Campaña al desierto” y en medio de una crisis
feroz entre diferentes grupos federales. La situación de enunciación de los
corresponsales era muysemejante, ya que Rosas le escribía a su esposa desde un
lejano campamento instalado a orillas del Río Colorado. Encarnación informaba a
su marido de todo lo acontecido en Buenos Aires, le pedía indicaciones sobre
cómo actuar y, además, le contaba los
planes que tenía para vencer a sus rivales. El epistolario entre Rosas y
Ezcurra revela la participación central
que tuvo esta última en la organización de la llamada Revolución de los
Restauradores, que llevó a la renuncia del entonces gobernador Balcarce. Encarnación era la ídola de la población
africana, lo que le valió, en la prensa antirrosista, el mote de “la mulata Toribia”. Incluso en la campaña, los “federales
netos o rosistas” contaban con importantes lealtades, la cuestión no había
estado exenta de dificultades. Lejos de la imagen de la historiografía
tradicional según la cual Rosas, en
tanto comandante de milicias, podía
movilizar a estas como si se tratara de su séquito personal, se puede
señalar las complejas negociaciones de las
que dependió que los milicianos actuaran como agentes de orden y no de
subversión social y que reconocieran el ascendiente del Restaurador. Rosas era consciente de la importancia
que jugaban los impresos en la tarea de conquistar adhesiones, sobre todo entre
los sectores populares. No solo fomentaba una prensa a favor de la parcialidad
política que lideraba, sino que también escribía él mismo el texto de los
pasquines que quería que circulasen por la campaña. Quizá haya pocos episodios
que den cuenta de manera tan cabal de la complejidad de la prensa que lo que sucedió en Buenos Aires en 1833
en torno al enjuiciamiento del periódico El Restaurador de las Leyes, el
gobierno de Juan Ramón Balcarce organizó un juicio contra “El Restaurador de
las Leyes”, redactado por el letrado rosista Nicolás Mariño. Encarnación
Ezcurra y sus fieles esparcieron la noticia de que se iba a juzgar al
Restaurador de las Leyes, sin aclarar que se trataba del periódico. Muchos entendieron que quien iba a ser
juzgado era el mismísimo ex gobernador. La mañana del 11 de octubre, día en
que tendría lugar el juicio, una
multitud se congregó en el Cabildo para apoyar al acusado. Hubo desmanes; se
conformó un grupo de rebeldes que, orquestado por dirigentes rosistas de
segunda línea (como Andrés Parra y Ciriaco Cuitiño), marchó hacia las afueras
de la ciudad y, con el apoyo de la campaña, estableció un sitio que se
prolongaría durante casi un mes. La dimensión simbólica quedaba escamoteada
y se enseñoreaba la cosa, en este caso, el sujeto al que las palabras aludían;
el lenguaje se transformaba en una fuerza material, como si la sola pronunciación del nombre del Restaurador bastara para
presentificar su persona.
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