Por el Prof. Jbismarck
Agustina Teresa López de Osornio, hija de Clemente López de Osornio, sargento mayor de
milicias, comandante de fronteras y rico hacendado en el pago de la Magdalena
(provincia de Buenos Aires), dueño de la estancia “El Rincón de López”,
heredada luego por su hija y donde se criaron Juan Manuel de Rosas y sus nueve
hermanos vivos (los otros diez murieron). “El Rincón de López” ha trascendido por ser una de las primeras
estancias de frontera sobre el río Salado. Clemente López de Osornio fue
capitán del Cuerpo de Blandengues, creado en 1752 para el cuidado de la
frontera. De esta manera, adquirió tierras dentro de los campos reales que la
Junta Gubernativa de Hacienda facilitaba a todo aquel que quisiera explotarlas
para el abastecimiento de la ciudad de Buenos Aires. Su vida transcurrió entre
su casa de la calle Santa Lucía, las guardias de la frontera y sus campos, “La
Vigilancia” y “Las Víboras”, también en el pago de la Magdalena. Pronto, obtuvo
autorización para fundar una nueva estancia-fuerte denominada “La del Medio” y
posteriormente otra, el “Rincón del Salado”, que habría de completar así una
inmensa faja de tierras en la frontera sur. Dicha faja comprendió tierras
ubicadas desde el pago de la Magdalena hasta las márgenes del río Salado,
alcanzando unas noventa leguas cuadradas. El trabajo en el campo prosperaba y,
en 1765, Clemente López, junto con Juan Noario Fernández y Juan Blanco,
solicitaron y obtuvieron del Cabildo la concesión exclusiva para proveer el
abastecimiento de carnes a la ciudad de Buenos Aires. También criaba mulas, que
eran enviadas a Tucumán a cambio de carretas y, con esas carretas, se
transportaban a sus campos de la Magdalena las vituallas necesarias para
sostener a la población allí existente. Solía llevar una manada de yeguas y dos
mulas cargueras con sendos fardos de azúcar y yerba para los indios amigos. Con el paso del tiempo, logró que se le
concediera la posesión de las tierras colindantes a las suyas hasta llegar al
“Rincón del Salado”; de esta manera, la reducción jesuíta Nuestra Señora en el
Misterio de su Concepción de los pampas quedó bajo su custodia, y se estableció
que, si sus descendientes defendían esas tierras hasta cumplir los cuarenta
años de posesión, pasarían a ser de su propiedad. Ese fue uno de los motivos
por el cual se estableció de manera definitiva y la estancia pasó a ser
conocida como “El Rincón de López”. Esta estancia fue heredada por la hija mayor de Clemente
López, Agustina, casada con León Ortiz de Rozas, quienes obtuvieron la
propiedad en 1811. Allí, hicieron construir una casa de forma rectangular, con
paredes anchas de barro, entre 45 cm y 60 cm, que solo permitían sostener una
azotea (que fue agregada en 1900) para otear el horizonte, y tres escalones
circundantes. Tenía un techo de tejas a cuatro aguas, sustentado por columnas
que formaba una alta y ancha galería, rodeada de un monte de talas. Allí
transcurrió gran parte de la infancia y juventud de los hermanos Ortiz de
Rozas. La estancia “El Rincón de López” se convirtió, para Juan Manuel de Rosas, en su cuna de formación de estanciero. Aprendizaje que volcará, posteriormente,
en la escritura de sus “Instrucciones para la administración de estancias”, donde evidencia el profundo conocimiento que había adquirido sobre las tareas
rurales. Allí, dedica un capítulo entero a la administración del campo, otro a
las poblaciones y el personal, y los demás al cuidado de las especies
caballar, vacuna, lanar y demás. La buena observancia de estas reglas
permitiría una marcha segura y exitosa de los negocios.
El ambiente familiar de Juan Manuel estuvo signado, según la visión de
su sobrino Lucio V. Mansilla, por la presencia materna. Agustina López de
Osornio, mujer de carácter altivo y autoritario, mandó a su hijo a aprender las
primeras letras (leer, escribir y contar) a la escuela particular de Francisco
Xavier de Argerich, una de las mejores de la época, pero no al colegio para
formarse en alguna de las profesiones liberales de entonces. Luego, lo colocó
en una tienda para que aprendiera el oficio, pero no duró mucho tiempo, lo cual
generó un enfrentamiento con su madre, de quien seguramente había heredado su
carácter. Castigado por la desobediencia, decidió escapar de su casa paterna a
la de sus primos Anchorena, aunque luego le fue reconocida su vocación por el
trabajo de campo. Para Carlos Ibarguren, Rosas fue un autodidacta
“que no tuvo apego a las teorías.; la vida tal cual era, en su fuerza
elemental y áspera, fue su gran maestra”. Mansilla nos cuenta
que: “Siendo sus padres pudientes, y hacendados por añadidura, en cuanto eso
implica en el Río de la Plata tener estancia [...] era candidato natural para
reemplazar a sus padres en el gobierno administrativo de las propiedades
rurales que poseían”. En 1811, a la edad de 18 años, y lejos de la efervescencia política de
la Buenos Aires independiente, pasó, por orden de su padre, a dirigir la
estancia “El Rincón”. Así lo hizo durante un tiempo, pero las desavenencias con
su madre signaron su camino hacia la independencia definitiva. Años más
tarde, ya en el exilio, le diría a Josefa Gómez, su amiga, lo siguiente:
“Ningún capital quise recibir de mis padres [...] lo que tengo lo debo
puramente al trabajo de mi industria y al crédito de mi honradez. El fruto de
ese trabajo es lo que me han confiscado mis contrarios políticos. Entregué las
estancias a mis padres cuando mi hermano Prudencio estuvo por su edad y
conducta en estado capaz de administrarlas” Si bien la
familia vivía en la ciudad y su casa era visitada por las múltiples relaciones,
producto de los cruzados parentescos (Anchorena,
García de Zúñiga, Arana, Aguirre, Pueyrredón, Beláustegui y otras) y del
cultivo de amistades con las grandes familias de entonces (Terrero, Dorrego,
Ezcurra, Costa, Pacheco, Guido, Alvear, Olaguer Feliú, Pinedo, Maza, Soler,
Viamonte, Sáenz Peña, Alzaga y otras), también pasaba largas temporadas en la
estancia “El Rincón”, donde hasta su misma madre, Agustina López, montaba a
caballo, mandaba a parar rodeo, contaba e inspeccionaba la hacienda, ordenaba
los apartes y llevaba cuenta de la administración de todo el establecimiento.
Incluso, ya anciana y tullida, cuenta su nieto Lucio V. Mansilla,
seguía ocupándose de todo: de la casa, de la familia, de los parientes, de las
relaciones y de los intereses, compraba y vendía casas, mandaba a construir y a
reedificar, descontaba dinero, hacía obras de caridad y amparaba a cuantos
podía en su casa. En las tertulias organizadas por los Rozas, se concertaron los
matrimonios de casi todos sus hijos. Gregoria se casó con Felipe Ignacio
Ezcurra y Arguibel (nieto de Felipe Arguibel, el albacea de la sucesión de
López de Osornio) y tuvieron cuatro hijos; Andrea con Francisco Saguí
(condiscípulo de Juan Manuel en la escuela de Francisco Argerich), y Juan
Manuel con Encarnación Ezcurra (hermana de Felipe Ignacio). Estos tres
enlaces, dice María Sáenz Quesada (2005, p. 25), tuvieron lugar entre 1813 y
1815, años más tarde se concretarían el de Prudencio con Catalina Almada, en
primeras nupcias, con quien tuvo once hijos, y con Etelvina Romero, en
segundas nupcias, con quien tuvo un hijo más; María Dominga (Mariquita) se casó
con Tristán Ñuño Valdez y Silva, oriundo de Colonia del Sacramento, con quien
tuvo tres hijos; Manuela con Henry William Bond (un médico estadounidense
proveniente de Maryland que se instaló en el Río de la Plata en 1820) y
tuvieron tres hijos; Mercedes con Miguel Rivera (proveniente del Alto Perú,
estudió Medicina y llegó a ser cirujano mayor del ejército y profesor en la
universidad), con quien tuvo cinco hijos; y Agustina con el general Lucio N.
Mansilla, que era viudo y padre de tres hijos. Las excepciones fueron Gervasio
y Juana de la Cruz que permanecieron solteros. Las tertulias continuaron durante el gobierno de Rosas. Así, mientras
este atendía los asuntos de Estado en casa de sus suegros los Ezcurra,
Encarnación y su hermana María Josefa atendían la amistad que les propiciaba
Pascuala Beláustegui, esposa del jurisconsulto Felipe Arana, Estanislada Arana,
hermana de este último y esposa de Nicolás Anchorena, Paulita y Jacobita Torres
Agüero, hermanas de Eustaquio y Lorenzo Torres Agüero, ambos también
jurisconsultos, entre tantas otras.
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