Por el Prof. Jbismarck
Ese plan, fue considerado por el gobierno del primer ministro William Pitt el Joven, pero su gobierno cayó en 1801 y el Plan Maitland pasó al olvido. Pitt volvió al gobierno en 1804 pero las idas y vueltas políticas hicieron que el plan dejara de ser una prioridad de la política exterior británica, aunque no por mucho tiempo. En 1808, Inglaterra y España eran “aliadas” ante Napoleón, quien había nombrado a su hermano, José Bonaparte, como “Rey de España e Indias”. San Martín combatía como parte de las fuerzas españolas de la resistencia a Napoleón establecidas en Cádiz, fuerzas que eran españolas pero antimonárquicas. Había varios oficiales escoceses en el ejército británico que peleaba codo a codo junto con el español, y en ese ámbito San Martín se había hecho amigo de James Duff, (Lord Mac Duff), IV conde de Fife, con quien generó una relación de gran confianza. En 1811, San Martín habría conocido los pormenores de aquel plan (el Plan Maitland) a través de Duff. (segun Rodolfo Terragno). Después de apropiarse de la península ibérica, Napoleón veía con buenos ojos tomar las colonias españolas en América. Tanto británicos como españoles estaban de acuerdo en que había que evitar ese movimiento. En el ejército español había españoles nacidos en América, como San Martín, y se decidió enviarlos a América para que formaran ejércitos. Muchas reuniones entre militares hispanoamericanos, varias de ellas en el ámbito de logias masónicas que compartían, fueron tejiendo la trama de lo que sería la emancipación americana. Antes de viajar hacia el Río de la Plata, San Martín pasó cuatro meses en Londres; Siendo aliada de España ante Napoleón, Gran Bretaña ya no podía atacar las colonias españolas en América en forma directa. Pero seguía interesada en echarles mano, por supuesto. Entonces comenzó a ayudar a los revolucionarios hispanoamericanos facilitándoles acceso a su información estratégica, inteligencia, espías y datos provenientes de sus agentes en las colonias. Su interés era ganar mercados, influencia política y contactos económicos que derivaran en negocios duraderos para la Corona. En otras palabras, otra forma de dominar la región. España y Gran Bretaña se habían disputado posesiones más allá del mar durante toda su historia y había muchas formas de hacerlo, no sólo a gravés de conflictos armados.
Thomas Maitland, prestigioso militar escocés, nacido en las cercanías de Edimburgo en 1759, había ccombatido en campañas militares en India, Haití, Jamaica, Ceylán, las islas Jónicas, etc; tenía un curriculum más que respetable y era escuchado y consultado. En 1799, Maitland recibe de Sir John Hippisley (miembro del Parlamento a quien conocía de las campañas en India) el encargo de diseñar un plan para la conquista de las colonias españolas en América. Hippisley era un hombre de grandes influencias y proporcionó a Maitland amplia información para desarrollar el plan, con numerosos informes provenientes de sus contactos en América, fundamentalmente de los jesuitas y de los agentes británicos, que estaban (tanto unos como otros) por todos lados. Maitland escribe entonces un texto inicial del plan y lo entrega al secretario de guerra Henry Dundas (luego Vizconde de Melville). A estas alturas, mucho antes de lo que terminó siendo el Plan Maitland, se pensó inicialmente en un ataque directo sobre el Río de la Plata para capturar Buenos Aires y Montevideo. Pero tanto Dundas como Maitland no estaban del todo convencidos. Estaban de acuerdo en la importancia de “asegurar nuevos mercados”, pero querían adoptar una visión abarcadora de la cuestión y considerar un plan para tomar “toda Hispanoamérica”. Entonces Maitland confeccionó un plan definitivo que ya no tomaba como objetivo primordial “asestar un golpe” sino acabar con el imperio español en América. Dundas creía que para lograr eso había que dominar el Río de la Plata y Caracas. Para Maitland, en cambio, la clave del poder español en América estaba en la costa occidental: en Lima y en Quito. Maitland no creía que un ataque (aún siendo exitoso) a Caracas y Buenos Aires lograra quebrar el dominio español. Para él lo fundamental era llegar a Perú y Quito. “Es menester observar que la razón por la cual los españoles han asignado importancia a sus posesiones orientales (Buenos Aires, Montevideo, Caracas) es que ellas sirven como defensa para proteger sus posesiones occidentales, más valiosas sin duda.” La costa del Caribe y las pampas no tenían oro ni plata; en cambio, en los territorios en los que Francisco Pizarro había sometido a los incas sí había ese tipo de riquezas, y en cantidad. En base a esas premisas se diseñó entonces el plan definitivo, que seguiría estos pasos:
Primero, controlar Buenos Aires. El plan contemplaba una operación con más de cinco mil efectivos de infantería y caballería, y una artillería acorde. Esto nunca logró hacerse exitosamente, ya que las dos invasiones inglesas (1806 y 1807) fueron rechazadas. Pero claro, con la estrategia apropiada todo se logra… y resultó que todos los demás puntos del plan se lograron por completo, y sin que los británicos se ensuciaran (demasiado) las manos.
Segundo, ubicar un ejército en Mendoza. “Enviar un cuerpo a tomar posiciones al pie de la falda oriental de los Andes, para cuyo propósito la ciudad de Mendoza es la más indicada.”
Tercero, coordinar las acciones con un ejército del otro lado de la cordillera. Necesitarían para eso unos tres mil quinientos soldados, que llegarían por vía marítima, la mitad en barcos desde el Cabo de Buena Esperanza y la mitad desde la India, vía Australia. Había opciones para tomar por asalto Valparaíso y Santiago y planes para utilizar indios locales para reforzar sus fuerzas.
Cuarto, cruzar los Andes. Contemplaba “alguna dificultad, pero con tropas nuestras a ambos lados de la cordillera la ruta es viable; incluso ha sido utilizada frecuentemente para importar negros a Chile”.
Quinto, controlar Chile. Destituir al gobierno realista y formar allí una base de operaciones “desde la cual dirigir nuestros objetivos y esfuerzos hacia las provincias más ricas” de las colonias españolas. Para esta tarea se unificarían las fuerzas terrestres que habían cruzado los Andes con las fuerzas que llegarían por mar, como se había planeado.
Sexto, embarcarse hacia Perú. Desde aquí, “Perú quedaría ciertamente expuesto a ser capturado”. Se intentaría evitar toda violencia innecesaria: “tomar el puerto del Callao y luego Lima podría resultar exitoso”, pero se agrega, con prudencia estratégica, que “este triunfo, que podría darnos gran riqueza, nos exigirá que seamos capaces de mantenernos y permanecer allí en paz, ya que de otro modo terminaría provocando la aversión y hostilidad de los habitantes a cualquier conexión o relación futura con Gran Bretaña”. Para evitar eso, llegaba el último paso del plan:
Séptimo, “el fin de nuestra empresa debería ser, indudablemente, la emancipación de Perú y Quito”.
Es indisimulable la coincidencia entre el Plan Maitland, diseñado en 1800, y la campaña del general San Martín muchos años después. San Martín no tuvo que tomar Buenos Aires (primer paso del plan); llegó desde Londres en 1812 y aunque la independencia aún no había sido proclamada, la ciudad cabeza del virreynato estaba liberada de hecho de España. Cuando San Martín llegó al Río de la Plata, España era algo así como “una propiedad” de Francia, y el rey español estaba preso en Francia. Los criollos estaban gobernándose solos y los virreyes, monárquicos, pretendían ejercer el poder. San Martín fue enviado al Ejército del Norte, pero regresó aduciendo problemas de salud y luego se trasladó a Mendoza. Allí se unió a O’Higgins y cruzó los Andes. San Martín llegó a un buen acuerdo con Nacunán, cacique de los pehuenches, que permitió a San Martín cruzar por sus tierras en el valle de Uco, camino a Chile. Una vez en Chile, luego de Chacabuco, Cancha Rayada y Maipú, O’Higgins pasó a gobernar Chile, mientras San Martín sostenía que a partir de entonces “deberíamos dirigir todos nuestros esfuerzos contra los realistas del Perú”. Compró barcos ingleses, reclutó marinos británicos, que estuvieron al mando de todas las naves con el almirante Thomas Cochrane a la cabeza, y se embarcó hacia Perú, que planeaba conquistar con “un triunfo pacífico, fruto de la irresistible necesidad”. Finalmente, en julio de 1821, proclamó la independencia del Perú. Faltaba Quito; para ello, San Martín envió al general Francisco Salazar como embajador ante el gobierno de Guayaquil con las instrucciones de trabajar por la incorporación de Guayaquil al Perú, y envió tropas de apoyo a Bolívar, que había sitiado a los realistas en Quito.
El Plan Maitland se había cumplido. Gran Bretaña pretendía una América loteada, no unida (salvo en lo refrente a independencia de España), en la que ningún país fuera bioceánico; así, ninguno tendría gran poder de negociación ante el Imperio Británico, por entonces dueño y señor de los mares. Buenos clientes, buenos mercados, buenas condiciones comerciales para extender sus negocios y sus intereses políticos.Dundas, Secretario de Guerra inglés, recibió el plan de Maitland y se dispuso a discutirlo con el autor. En general estaba de acuerdo pero no quiso limitarse a un "beneficio parcial"; pretendía una "visión general" considerando tomar "toda Hispanoamérica". Maitland elaboró entonces el plan definitivo, que ya no se limitaba a "asestar un golpe", sino a "acabar con todo el poderío colonial de España en América"
Dundas creía que para lograrlo, había que tomar Buenos Aires y complementarlo con un ataque a Caracas, pero Maitland no estaba de acuerdo con esa estrategia: pensaba que el poder español en América estaba en la costa occidental, y consideraba que controlando Buenos Aires, bastaría asegurarse el control de Perú para terminar con las colonias españolas en América. La otra diferencia con Dundas era que, previamente a controlar Perú, debía hacerse base en Chile con un ejército que traspusiera la cordillera de los Andes; un aguegado significativo respecto a los planes precedentes.
Texto del plan definitivo
Estimado señor:
Hace un tiempo tuve el honor de someter a su consideración el borrador de un plan para atacar los asentamientos españoles en el Río de la Plata.
Mi objeto era procurar a Inglaterra un beneficio grande, aunque en cierto modo limitado, abriendo un nuevo y extenso mercado para nuestras manufacturas. Ignorando cuán sensible era el asunto, o si la toma de esos asentamientos coloniales españoles podría satisfacer al Gobierno de Su Majestad, me limité a planear la mera obtención de un beneficio temporario, aunque considerable, y decliné entrar en la consideración de un proceso más amplio, que tuviera como objetivo la emancipación de esas inmensas y valiosas posesiones y la apertura de una fuente de permanente e incalculable beneficio para nosotros, resultado de inducir a los habitantes de los nuevos países a abrir sus puertos y recibir nuestras manufacturas, de Gran Bretaña y de la India.
Desde entonces, sin embargo, he tenido el honor de conversar con usted, y le he encontrado inclinado, antes que a obtener un beneficio parcial, a adoptar una visión general del asunto. En consecuencia he volcado mi atención a Sudamérica en su conjunto, a fin de considerar cómo se puede hacer impacto en todas las colonias españolas sin emplear una parte muy considerable de nuestras fuerzas disponibles ni trastornar de ninguna manera cualquier otro objetivo del corriente año.
Dada la inmensa extensión de las posesiones españolas, y las diferencias de situación y clima, así como la conocida debilidad del gobierno español, es difícil mencionar una parte de esas posesiones que no sea extremadamente vulnerable a •una empresa militar de cualquier tipo, pero debe observarse que esas mismas causas contribuirán grandemente a obstaculizar el éxito de un plan destinado a tener efecto sobre el conjunto de las posesiones.
Se requiere, por lo tanto, una cuidadosa consideración antes de decidirse por un plan que, además de procurarnos inmediata posesión de alguno de esos países, también tenga un poderoso efecto sobre los otros y los induzca a compartir nuestros objetivos.
Es igualmente difícil, desde tan lejos, concertar un plan tal que le permita a una fuerza que actúe en la costa occidental [sobre el Océano Pacífico], cooperar y comunicarse con otra fuerza que debe actuar en el este, de modo de operar unificadamente, en frecuente y efectivo contacto con los Ministros de su Majestad.
Me parece perfectamente claro que, cualquiera sea la extensión que le demos a nuestras operaciones hacia el este del Cabo de Hornos, esas operaciones no pueden sino tener un efecto lento, y de ninguna manera seguro, sobre las posesiones españolas en Sudamérica.
Una expedición a Caracas desde las Antillas, y una fuerza enviada a Buenos Aires, podrían realmente proveer a la emancipación de los colonos españoles en las posesiones orientales, pero el efecto de tal emancipación, aunque considerable, no podría jamás ser tenido por seguro en las más ricas posesiones de España en la costa del Pacífico, y es menester observar que la razón por la cual los españoles han asignado importancia a sus posesiones orientales es que ellas sirven como defensa para proteger sus más valiosas posesiones occidentales.
Es razonable imaginar que, si bien nosotros, desde nuestro superior conocimiento y habilidad, podemos sentirnos capaces de llevar a cabo una operación en el oeste de Sud América, la ignorancia y el prejuicio de los españoles los inducirá a suponer que semejante esfuerzo es impracticable. Confiando en la supuesta fuerza de su situación local, y no obstante el recelo que nuestras operaciones en el este puedan provocar, ellos se sentirán aun capaces de mantenerse firmes en las más ricas posesiones al oeste.
Por lo tanto, yo concibo que, con vistas a un impacto sobre el conjunto de las posesiones españolas en Sud América, nada sustancial puede lograrse sin atacar por ambos lados, aproximadamente al mismo tiempo, con un plan y una coordinación tales que nos permitan reducirlos, por la fuerza si fuera necesario, en todas sus inmensas posesiones sobre el Océano Pacífico. (Tachado: Y es con este propósito que ahora tengo el honor de someter a usted el siguiente detalle de un plan que, sin ser muy optimista ofrece a mi juicio una clara posibilidad, al mismo tiempo que me parece único modo practicable de alcanzar tamaño objetivo nacional)
En el Este, como ya lo indicara en mi anterior escrito, yo humildemente he concebido un ataque sobre Buenos Aires que, para darle una alta probabilidad de éxito, se realizaría cn 4.000 efectivos de infantería, 1.500 de caballería desmontada y una proporción de artillería.
Esta expedición deberá partir en mayo, para llegar a la boca del Río de la Plata hacia fines de julio, con lo cual tendría tres meses para actuar, antes de que comiencen las fuertes lluvias. Una vez capturadas Buenos Aires y Montevideo, su objetivo debería ser enviar un cuerpo a tomar posición al pié de la falda oriental de los Andes, para cuyo propósito la ciudad de Mendoza es indudablemente el lugar más indicado.
La formación de la expedición naval que debe llegar por el Pacífico es un asunto de mayor dificultad y, a mi entender, sólo puede practicarse del siguiente modo; Yo propondría que la fuerza fuera la siguiente:
Infantería 3.000; Caballería desmontada 400 con una proporción de artillería Esa fuerza debería ser reunida y empleada en la siguiente manera.
1.500 infantes, o dos regimientos, deben dirigirse de Inglaterra al Cabo de la Buena Esperanza en barcos destinados en última instancia a Sud América. La infantería a bordo debe desembarcar en el Cabo y ser reemplazada por igual número de efectivos, destinados al objetivo final, que han de ser enviados inmediatamente a Bottany Bay, donde se efectuará el rendezvous de toda la expedición.
Los otros mil quinientos infantes serán provistos por la India, desde donde se dirigirán, apenas estén listos, directamente a Bottany Bay. Allí debe ensamblarse todo e impartirse las últimas órdenes.
El objetivo de esta fuerza, en mi opinión, debe ser indudablemente Chile, y mi razón para creer esto es que, en primer lugar, Chile está a barlovento del rico asentamiento de Perú en México [sic]. Tomando Chile, cortaremos las provisiones de grano, que son absolutamente esenciales para la existencia de las otras provincias. Y estableciendo una comunicación con una fuerza que actúe en el este, le daremos solidez y estabilidad al conjunto de nuestra operación.
Si el plan fuera exitoso en toda su extensión, el Perú quedaría inmediatamente expuesto a ser ciertamente capturado y, alimentando a nuestra fuerza en Buenos Aires, últimamente podríamos extender nuestra operación hasta desmantelar todo el sistema colonial, aun por la fuerza si resultare necesario.
En cuanto a la fuerza del este, su poderío debe naturalmente asegurarnos contra el fracaso. En cuanto a la fuerza del oeste, puede ser apropiado hacer una o dos observaciones.
Si resultara que los españoles tienen la fuerza suficiente para hacer que un inmediato ataque sobre Valparaíso o Santiago resulte desventajoso en el primer momento, nuestra fuerza debe dirigirse al río Bío-Bío y obtener refuerzos mediante un trato con los indios, que son muchos y se hallan constantemente en hostilidad con los españoles. Así los describe el muy inteligente, aunque desafortunado navegante Juan Francisco de La Pérouse: "Es impropio dar a esa gente el nombre de súbditos del Rey de España, con quien ellos están casi siempre en guerra. La función del Comandante español es, en consecuencia, de gran importancia. El está al mando de las tropas regulares y de la milicia, lo cual le da gran autoridad sobre todos los ciudadanos. Además, tiene a su cargo exclusivo el gobierno del país y está obligado a pelear y negociar incesantemente".
Si acaso algún accidente impidiera que la fuerza occidental tuviera éxito en primera instancia y en la medida deseable, entonces parece haber poca duda de que adoptando este modo alternativo de operar se podría últimamente alcanzar el mismo fin.
En suma, así como no me cabe la menor duda sobre la posibilidad de llevar a cabo el plan expuesto, tampoco dudo de su éxito inmediato y de su resultado final, que dejará completamente abierto todo el comercio con las colonias españolas, proveyéndonos un beneficioso medio de disponer de nuestras manufacturas, lo cual impediría cualquier recesión comercial al restablecerse la paz con España, que nosotros naturalmente debemos buscar, pero que requiere adoptar algunas medidas para asegurar la libertad de comercio con las colonias españolas. Si nosotros aseguramos eso, estaremos en una situación de esplendor comercial y naval infinitamente más grande que la que tenemos actualmente.
Hay una serie de consideraciones vinculadas a este asunto que necesitan alguna explicación, sobre todo aquellas que conciernen a la recompensa.
En todos los planes que yo he visto, los emolumentos de los individuos parecían ser la parte más importante a considerar. Para mí es realmente lo último en lo que hay que pensar, y no vacilo en decir que el servicio es de una naturaleza diferente a la de cualquier otro que se haya intentado hasta ahora, de modo que las reglas necesarias para su éxito deben ser propias de esta operación. Nadie puede querer impedir que los hombres que se embarcan para una expedición tan remota reciban todo tipo de beneficios, acordes a su situación, siempre que tales beneficios no operen contra el objeto mismo que el gobierno ha tenido en cuenta al formar la expedición.
Se me ha ocurrido, por lo tanto que, así como por un lado, yo otorgaría como premio todo tipo de propiedad pública, por otro lado prohibiría que se considerase a ese efecto propiedad privada alguna.
El cruce de los Andes desde Mendoza hacia las partes bajas de Chile es una operación de cierta dificultad que toma cinco o seis días. Aun en verano, el frío es intenso, pero con tropas a ambos lados, cuesta suponer que nuestros soldados no pudieran seguir una ruta que ha sido adoptada desde hace tiempo como el canal más apropiado para importar negros a Chile.
Expondré ahora, con la mayor brevedad posible mi visión sobre este muy importante asunto, avanzando sobre lo ya dicho. Cuanto más lo pienso, más me convenzo de que, a fin de lograr nuestro objetivo, es indispensable prestar atención ambas posiciones (sobre el Pacífico y sobre el Atlántico). Primero, no se puede hacer un impacto sobre el conjunto si no se ataca por ambos lados. Segundo, un ataque sobre ambos lados sin conexión o relación entre ambos, aun cuando sean exitosos, no nos conduciría a nuestro gran objetivo, que es abrir el comercio de toda Sudamérica.
El destino de las fuerzas es una decisión que ofrece alguna dificultad.
La perspectiva de un beneficio inmediato, e inmensa riqueza, naturalmente inclinará a los participantes de esta operación a dirigir sus miradas, de inmediato, a las ricas provincias de Perú y Quito. Pero confieso que no puedo evitar este sentimiento: semejante intento, por más que pudiera obtener un rápido éxito, de ninguna manera conduciría, al final, a la emancipación de esas provincias, ni a asegurarnos a nosotros los beneficios del comercio permanente con esos países.
Un golpe de mano en el puerto del Callao y la ciudad de Lima podría resultar probablemente exitoso, y los captores podrían obtener mucha riqueza, pero ese triunfo, a menos que fuéramos capaces de mantenernos en el Perú, terminaría provocando la aversión de los habitantes a cualquier conexión futura, de cualquier tipo, con Gran Bretaña.
Por la información que yo he podido examinar, el clima en Perú y Quito no sólo es, como en todos los países tropicales, altamente desfavorable a la constitución de los europeos, sino que tiene, además, sus propios males locales.
Cualquiera sea la fuerza que nosotros podamos poner en tierra, por un lado el clima tórrido debilitaría nuestra facultad para actuar, y por otro lado, las enfermedades del país disminuirían diariamente nuestro número.
La posesión de una inmensa riqueza terminaría, a mi juicio, introduciendo la codicia entre las tropas y la situación de aislamiento en la cual ellos se encontrarían, sin ninguna información ni comunicación con su país nativo, indudablemente provocaría una disposición general al retorno, tan pronto como la avaricia hubiera sido suficientemente saciada.
De semejante plan de operaciones, confieso ya mismo que no veo cómo podría derivarse un probable beneficio, que fuera honorable para nosotros como pueblo, o nos resultare permanentemente beneficioso.
Con vistas entonces, a un efecto general y permanente al este del Cabo de Hornos, parece indispensable ocupar en primera instancia alguna posición que no sólo preserve la salud de nuestras tropas, sino que abra una vía de comunicación con nuestras tropas al este del Cabo de Hornos (en el Río de la Plata), permitiéndonos finalmente atacar las provincias tropicales con mayor grado de seguridad sobre el éxito y estabilidad del logro.
Considero que el único modo eficaz de llevar a adelante nuestros planes seria emplear nuestras fuerzas en primera instancia contra Chile, y mi punto de vista sobre el plan bajo el cual debería operarse es como sigue:
Quizás sea necesario manifestar que mi opinión ha sido fuertemente influida por el relato hecho, sobre esta mismo asunto, por un Monsier Nonerón, ingeniero jefe de Monsier De La Pérouse. Siendo ingeniero francés de alto rango y dada la naturaleza de los servicios que estaba prestando debemos dar cierto crédito a su juicio y discernimiento.
Este ingeniero, por un lado, no especifica el número de hombres que debe desembarcar un enemigo, pero como por otro lado dice cual es la fuerza que puede ser opuesta a tal enemigo, estamos en condiciones de formarnos un prudente juicio del cual sería el resultado de una operación militar, limitada a los esfuerzos de su propia fuerza, sin tener en cuenta la situación política del país.
Este hombre parece opinar que, por un lado, cualquier esfuerzo militar que descansare sólo en su propia fuerza fracasaría inevitablemente; y que cualquier otro que se hiciera en concertación con los indios inevitablemente tendría éxito; lo que con la independencia de sus juicios, me parece tan perfectamente fundado en los principios de una sabia política y sentido común que no tengo dudas en decir que me parece la única línea que podemos prudentemente adoptar. La medida del éxito era al final la aniquilación del poder español.
Sin embargo, para poder hacer esto con eficacia. será necesario primero un perfecto entendimiento con los indios, mucho antes de que nuestra fuerza militar aparezca en la costa de Chile, lo cual puede ser logrado mediante una comuniación que debemos establecer con ellos desde Buenos Aires.
Para cumplir este objetivo, debe ser uno de los asuntos de mayor atención para el oficial que se envíe a Buenos Aires. Los indios sudamericanos, según se afirma universalmente, poseen muchas cualidades de los indios norteamericanos, particularmente la de la inviolabilidad del secreto.
Nuestros planes pueden, por lo tanto, ser tranquilamente explicados a ellos, quienes están completamente preparados para actuar, tan pronto como nuestra fuerza arribe a la boca del Bío-Bío, el río que separa el territorio español del indígena.
El establecimiento de esta comunicación no puede ser asunto de gran dificultad y como nosotros, de hecho, no podemos tener ningún objetivo que no esté perfectamente de acuerdo con sus sentimientos, no puede caber duda sobre nuestro éxito.
La fuerza que partirá de Botany Bay deberá dirigirse directamente a la bahía de Concepción y, en coordinación con los indios, destituir al actual gobierno de Chile, al mismo tiempo que ocuparse de abrir una rápida comunicación con las fuerzas de Buenos Aires.
Logrado este último propósito, el conjunto de nuestras posiciones obtendría de inmediato un grado de estabilidad y solidez mayor que cualquier posesión de los españoles en sus otros asentamientos, tanto en el este como en el oeste: una comunicación directa se abriría inmediatamente con Inglaterra para recibir instrucciones y enviar tropas, que ya no sería necesario transportar en barcos a través del Cabo de Hornos.
Chile se convertiría en un punto desde el cual podríamos dirigir nuestros esfuerzos contra las provincias más ricas. Una vez que hubiésemos adquirido la sólida posesión de la primera, la naturaleza y forma de nuestras expediciones contra las otras serían muy diferentes. Sin ir más lejos, entonces, con la adquisición de Buenos Aires y Chile habríamos logrado nuestro propósito en gran medida y, dada la coherencia de nuestros planes, estar en posesión de esos dos puntos haría, sin duda, que el efecto de tales expediciones fuera naturalmente sólido, permanente y beneficioso.
El fin de nuestra empresa sería indudablemente la emancipación de Perú y México [Quito], lo cual sólo se podrá lograr mediante la inmediata posesión de Chile .
(*) Terragno Rodolfo. "Maitland & San Martin". pps. 83 a 98. Edit. Sudamericana 2012. El Plan Maitland fue descubierto por Terragno en 1981 en archivos ingleses, luego de permanecer oculto hasta entonces. La traducción del original pertenece a R.Terragno
No hay comentarios:
Publicar un comentario