Por el Prof. Julio R. Otaño
Para entender la PRIMERA GUERRA CONTRA EL IMPERIO DEL BRASIL entre 1825 y 1828 hay que remontarse a un hecho muy concreto en la historia compartida por argentinos y orientales. Ocupada la Banda Oriental desde varios años antes por portugueses (y tras la independencia del Brasil, por brasileños), un nutrido grupo de orientales refugiados en Buenos Aires emprendieron una campaña para recuperar el control político sobre su territorio. Fueron los famosos “33 Orientales”, quienes liderados por Antonio de Lavalleja y Manuel Oribe (Y financiados por argentinos como Juan Manuel de Rosas) y tras desembarcar en la playa de la Agraciada reunieron el Congreso de la Florida que el 25 de agosto de 1825 declaró la independencia de la Banda Oriental respecto del Brasil y su reincorporación a las Provincias Unidas del Río de la Plata. El Congreso Nacional aceptó el pedido de reincorporación, lo que desencadenó que el Brasil declarara formalmente la Guerra. Se da comienzo así al primer conflicto bélico entre las Provincias Unidas y el Imperio del Brasil. El Ejército Argentino-oriental llamado de Operaciones, una vez instalado en la Banda Oriental, pasó a llamarse “Ejército Republicano”. Hacia fines de 1826, el impulso de Alvear había dado sus frutos. Jefes probados como Soler, Chilavert, Angel Pacheco, Lavalle, Mansilla, Paz, Brandsen, Olavarria e Iriarte integraban la oficialidad; Luis Beltrán, el colaborador de San Martín, estaba encargado del parque. El ejército contaba con unos 5.500 hombres. Alvear, desdeñó sitiar las plazas fortificadas de Colonia y Montevideo y se lanzó directamente hacia el noreste, para hacer del territorio enemigo el teatro de la guerra. Se marchaba cubriendo unos 13 kilómetros diarios, en una época calurosa y seca en la que abundaban los incendios de campos. El suelo era yermo, sin ganado ni cultivos, y el único alimento de la tropa era la carne. La escasez de agua dificultaba la marcha-
Por su parte, el ejército imperial estaba distribuido en varios puntos de la frontera con la Banda Oriental.Contaba con más de 15.000 hombres a las órdenes del marqués de Barbacena, cuyo objetivo era expulsar a los republicanos al otro lado del río Uruguay, para atacar Entre Ríos y obligarlos a firmar la paz. Hubo encuentros parciales como el de Bacacay, en febrero de 1827, en el que Lavalle atacó la división de Bentos Manuel, que debió retirarse, y el de Ombú, dos días después, cuando Mansilla cayó sobre los enemigos que lo perseguían. Carlos de Alvear Jefe Nominal del llamado Ejercito Republicano atrajo al grueso de las fuerzas imperiales, mandadas por el marqués de Barbacena, a un enfrentamiento en la vera del río Santa María. El Santa María separaba el territorio montañoso (donde las caballadas aliadas poco valor táctico tenían) de los terrenos más llanos con buenos pastizales al sur del río. El ejército aliado buscaba campos con forraje adecuado, mas la imposibilidad de vadear el río por estar crecido obligó a efectuar una contramarcha de veinte kilómetros en la noche previa a la batalla recorriendo un camino ascendente que permitía posicionar al ejército aliado en igualdad de condiciones con el oponente. La enemistad entre los generales republicanos y a las diferencias tácticas y estratégicas militares, produjo múltiples desobediencias del lado republicano en el campo de batalla. A la formación inglesa de las tropas imperiales se oponía la marcada influencia francesa de Alvear, gran admirador de Napoleón. Pero la profusa formación militar de Alvear contrastaba con el estilo de guerra gaucha entre jinete y jinete de Juan Antonio Lavalleja. Es precisamente Lavalleja quien comete la primera desobediencia de muchas que se darían ese día. El caudillo había recibido órdenes de posicionarse a la derecha del centro republicano y atacar el flanco izquierdo brasileño. Pero no obedeció, excusándose en la oscuridad de la noche y el desconocimiento del terreno, y ubicándose en el centro del campo de batalla. El historiador Vicente Fidel López confirma esta versión, basándose en un testimonio según el cual, al recibir la orden de Alvear, Lavalleja “prorrumpió en palabras descompuestas contra el general; vociferando que todas esas estratégicas eran farsas, que para ganar una batalla no se necesitaba sino pararse frente al enemigo ir derecho a él, atropellarlo con denuedo y vencer o morir”. La terquedad de Lavalleja comprometería seriamente el triunfo del ejército republicano.
Como los brasileños estimaron erróneamente que los aliados habían cruzado el río en la tarde anterior su marcha fue descuidada y desprolija. Barbacena envió el grueso de su infantería en tres columnas a atacar el primer cuerpo del ejército aliado, comandado por Lavalleja, que estaba ubicado con la artillería en el centro del campo de batalla. Una vez próximos a éste, Alvear ordenó la carga de la caballería, hasta entonces oculta, sobre el flanco izquierdo de los brasileños. Posicionados sorpresivamente frente a un ejército bien formado y dispuesto para la batalla, los voluntarios que componían este flanco, al mando del Mariscal José de Abreu Mena Barreto, se desbandaron. El flanco derecho imperial se replegó también, cruzando el río por el vado, y dejando sólo a la columna central, entre los que se contaban 2.000 mercenarios experimentados de origen austríaco y prusiano, para resistir las sucesivas cargas dirigidas por el Teniente Coronel Federico Brandsen, y el General Juan Galo de Lavalle, que fueron decisivas. Alvear envió deliberadamente a la muerte a este último: teniente coronel Charles Louis Frederic de Brandsen ya que era una locura lo que le pedía: atacar a una fuerza de 2000 mercenarios austríacos y alemanes y y defendida por un foso….Ya tenía 41 años. (Había nacido en París en 1785. Hijo de un médico holandés y luego de recibir educación en el Liceo Imperial de Francia, Brandsen ingresó en el ejército. Tras la abdicación de Napoleón en 1814, Brandsen regresó a Francia. En 1815, intervino en la campaña de los Cien Días que culminó con la batalla de Waterloo donde resultó herido. Llego a Bs As, destinado al Regimiento de Granaderos a Caballo, como capitán de caballería en Las Tablas, cerca de Valparaíso, Chile y que combatía bajo las órdenes del general San Martín. Entre 1818 y 1819, Brandsen participó en la segunda campaña al sur del país trasandino que culminaría con la victoria de Bío Bío. Posteriormente, formó parte de la expedición libertadora al Perú. Participando en Nazca junto al mayor Juan Lavalle. Tampoco olvidó ese 8 de noviembre de 1820, en Chancay cuando con 36 Cazadores vencieron a una fuerza realista de casi 200 hombres. Así, ascendió a sargento mayor. San Martín lo puso al frente del regimiento de Húsares de la Legión Peruana de la Guardia con el grado de teniente coronel y con el que triunfó en Zepita. Luego, con la Caballería de la Vanguardia del Ejército del Perú intervino en Sica-Sica y en Ayo-Ayo donde contuvo la persecución enemiga para salvar los restos del ejército derrotado en esos encuentros. Entre 1822 y 1823 participó en otras operaciones contra los realistas. Encarcelado, desterrado y luego liberado por Simón Bolívar, el 5 de marzo de 1825 embarcó con su familia en el buque Livonia, a Santiago de Chile. Tras una breve permanencia en esa ciudad, regresó al Río de la Plata. El 23 de enero de 1826 el gobierno lo designó jefe del Regimiento 1 de Caballería con las jinetas de teniente coronel y se preparó parta luchar contra el Imperio del Brasil.) Finalmente, llegó el 20 de febrero de 1827- Tal como lo había previsto, el ataque fracasó y la metralla enemiga rápidamente terminó con su vida y la de varios de sus soldados, entre ellos un hermano de Juan Lavalle. Sin embargo, luego de varios intentos, el empeño patriota dio resultados. Tras 5 y 6 horas de combate, las tropas imperiales tocaron a retirada. El triunfo de las fuerzas de la República es total. Las cargas encabezadas por Juan Lavalleja, Estanislao Soler, Lucio Mansilla y Angel Pacheco, entre otros, fueron decisivas. Finalizada las acciones, el propio Juan Lavalle recorrió la zona y encontró el cadáver de Brandsen entremezclado entre los cuerpos de sus hombres. Estaba completamente desnudo porque en su huída, los imperiales le habían quitado el uniforme y sus medallas. El valiente guerrero fue promovido póstumamente a coronel y sus restos descansan en el cementerio de la Recoleta, en Buenos Aires. Su sepultura fue declarada Monumento Histórico Nacional. Lamentablemente, los brasileños lograron retirarse, dado que la caballada republicana estaba agotada. Sin embargo, se pudo destruir la mayor parte de la fuerza enemiga y se capturaron el parque y los trofeos. En realidad, la batalla se libró sin una adecuada dirección por parte de Alvear, y los triunfadores –como escribiría Paz- fueron los jefes de cuerpo, que siguieron sus “inspiraciones del momento”. Paz agrega que Ituzaingó “puede llamarse la batalla de las desobediencias pues allí todos mandanos, todos combatimos y todos vencimos guiados por nuestras propias inspiraciones”. Los jefes subalternos pelearon de acuerdo a su propia iniciativa, mientras el generalísimo Alvear y Soler no sabían que hacer en el campo. Tampoco el resultado de la batalla de Ituzaíngó adquirió un valor políticamente decisivo, Alvear se dedico a saquear los despojos de los imperiales; dejaba huir a los brasileños con su artillería y la fuerza militar intacta. "La paz se habría firmado dictando el vencedor las condiciones: la evacuación de Montevideo y de todo el territorio oriental ocupado por las tropas del Imperio, su incorporación a la República Argentina", dice Iriarte en sus Memorias. El generalísimo se apoderó de la vajilla de plata del marqués de Barbacena abandonada en la precipitada huida, mientras el general Soler "aligeraba los baúles del marqués". Hasta el nombre de la batalla es una invención de Alvear: "Estuvo dos días buscando en la carta un nombre bien sonante, y el de Ituzaingó fue el que más satisfizo su oído. Con más propiedad los enemigos la llaman "batalla del Paso del Rosario". (ituzaingo significa cascada de agua).
El ejército imperial sufrió 200 muertos, entre ellos el mariscal Abreu y 150 prisioneros. Las Provincias Unidas sufrieron 139 bajas de caballería y 9 de los Cazadores de Infantería. Entre los efectos abandonados por los brasileños en su huida luego de la derrota de Ituzaingó, figuró una valija que contiene un manojo de partituras musicales. En una de ellas y en caracteres de gran tamaño podía leerse: “Para ser ejecutada después de la primera gran victoria que alcancen las tropas imperiales, debiendo darse a esta marcha el nombre del campo en que se libre la batalla”, Dicha misteriosa partitura -cuya composición siempre se atribuyó al mismísimo Pedro I, Emperador del Brasil- pensada para ser tocada por los brasileños en su desfile triunfal por las calles de Buenos Aires, pasó en cambio a incorporarse al repertorio musical del Ejército Argentino y es actualmente la marcha presidencial, es decir, la que se ejecutaba a la llegada del Presidente de la Nación a un acto oficial.
En abril, en Camacuá, Pacheco y Paz triunfaron de manera tan rotunda que el marqués de Barbacena fue destituido. En mayo, en Yerbal, Lavalle logró la victoria, aunque debió ser reemplazado por Olavaria a causa de sus heridas. Al comenzar la estación lluviosa, el Ejército Republicano dejó el territorio de Río Grande y se estacionó en Cerro Largo. El estado de las caballadas era tan lamentable que para llegar a destino los jinetes debían andar a pie a razón de un día de marcha por dos de descanso. Además, el creciente malestar que causaba Alvear entre los oficiales minaba la unidad del ejército. Así le escribía San Martín a Tomás Guido: “Este joven (Alvear) ha declarado odio eterno a todos los jefes y oficiales que han pertenecido al Ejército de los Andes”, y alegaba que como era un ignorante del oficio militar, no quería tener a su lado a los probados veteranos de las guerras emancipadoras.
En julio de 1827, el general Alvear fue relevado por el encargado de las relaciones exteriores, Manuel Dorrego, pues Rivadavia había renunciado a la presidencia de la República y cada provincia había recuperado su autonomía. El nuevo jefe del ejército fue el general Lavalleja, que tampoco contaba con el beneplácito de la oficialidad argentina. La guerra languidecía por agotamiento de los contendientes; las únicas batallas que se libran eran navales y sus protagonistas mayoritariamente ingleses. El jefe de la escuadra bloqueadora del Río de la Plata era inglés y, curiosamente, el almirante de la flota republicana había nacido en Irlanda, aunque Brown era un criollo de alma y por sentimiento.
Siete meses permaneció el ejército republicano en Cerro Largo. Su situación, pese a las victorias obtenidas, era lamentable. No había recursos materiales y tanto los oficiales como la tropa debían soportar la miseria más increíble. Dorrego envió remesas de vestuario, monturas, armamento y municiones, pero no en cantidad suficiente, como para reiniciar una campaña. Entonces, como último recurso, las autoridades de Buenos Aires ordenaron la creación de un escuadrón de caballería al mando de Estanislao López, gobernador de Santa Fe, con la misión de invadir las antiguas misiones brasileñas. Fructuoso Rivera, ya enemistado con Lavalleja, se le adelantó y ocupó la región. Al enterarse, Dorrego no tuvo más remedio que homologar la iniciativa de Rivera, disponiendo la unificación de fuerzas, pero López no soportó la situación y optó por retirarse a Santa Fe y regresar las tropas que le había enviado. Después de las victorias de Juncal e Ituzaingó, el presidente Rivadavia envió a su ministro Manuel J. García a iniciar tratativas de paz. El momento estaba bien elegido, pues los triunfos argentinos colocaban a la República en una situación de superioridad, y aunque el bloqueo naval brasileño seguía estrangulando a nuestro país, los enormes gastos de la guerra preocupaban también al gabinete imperial. A Rivadavia, a pesar de que las victorias hubieran permitido imaginar un triunfal avance hasta el inerme y desmoralizado Río de Janeiro, no le interesa ganar la guerra porque su atención está ocupada en las vicisitudes de su constitución unitaria, unánimemente rechazada por los gobernadores provinciales que se unen en una liga dirigida por el cordobés Bustos, cuyo objetivo es expulsarlo del poder y continuar el conflicto armado que tan favorable se presentaba. García, firmó un tratado vergonzoso en el que se reconocía a la Banda Oriental como parte del Brasil y se renunciaba a toda reivindicación ulterior; además, la República debía pagar una indemnización por los daños causados por los corsarios, a quienes el gobierno argentino había autorizado guerrear. Se perdió en la mesa de negociaciones lo que se había logrado en el campo de batalla. Esta actitud claudicante de García se debía al temor que el ministro compartía con los hombres de Buenos Aires respecto de las consecuencias internas de la continuación de la guerra con el Imperio. La posibilidad de que la autoridad central se derrumbara y se vieran forzados a entregar su poder a caudillos del Interior, que ellos consideraban salvajes, los estremecía, y era un mal que querían evitar a cualquier precio. Rivadavia presenta entonces la renuncia con su habitual petulancia: “Me es penoso no poder exponer a la faz del Mundo los motivos que justifican mi irrevocable resolución”. La primera magistratura fue asumida provisoriamente y por poco tiempo por Vicente López y Planes. El Congreso se disolvió.
Bibliografia
Beverina Juan "Guerra contra el imperio del Brasil"
Busaniche Jose #Historia Argentina"
Ferla Salvador "Historia Argentina con humor"
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Palacio Ernesto "Historia Argentina"
Paz Jose María "Memorias"
Pérez Amuchástegui "Crónica Histórica Argentina"
Perrone Jorge "Diario de la Historia Argentina"
Rosa José María "Historia Argentina"
Sierra Vicente "Historia Argentina"
Excelente relato muchas gracias
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