Por David CARRIÓN MORILLO
Tocqueville
es uno de los más brillantes pensadores políticos de todos los tiempos,
hecho que se reconoció ya en vida del autor. Sus ideas han deparado
análisis de los más conspicuos filósofos, sociólogos y politólogos del
siglo XX. Son legión los autores que se declaran influidos por sus
ideas, cobrando vida propia en estos comienzos del siglo XXI. Sin
embargo, aunque uno no sea admirador de Tocqueville, no puede dejar de
reconocer sus aciertos, sus proféticas afirmaciones y su visión
ilimitada sobre la sociedad democrática. Este ilustre autor francés, más
allá de la pasión por la libertad que, explícitamente, iluminaba las
mejores páginas de sus obras, tuvo en su vida una coherencia ejemplar.
Pese al contexto histórico que le tocó vivir, en su ánimo palpitaba el
deseo de desempeñar la libertad política como un aristócrata de la mejor
especie. Precisamente, en este artículo se desarrollará con brevedad su
trayectoria personal y política que, no debemos olvidarlo, fue
completamente consecuente con su finísimo pensamiento político. El 29 de
julio de este mismo año [2005] habrán transcurrido doscientos años
desde que nació, pero su influencia y pensamiento durará mucho
más. Alexis-Charles-Henri Clérel de Tocqueville nació el 29 de julio de
1805 en la calle Ville-l’Évêque de París, en el seno de una familia
normanda muy antigua de “un profundo y arraigado catolicismo y una gran
altivez aristocrática” dice J. Peter Mayer (1). Era el tercer hijo de
Hervé-Louis-François-Jean-Bonaventure Clérel y de Louise-Madeleine Le
Peletier Rosanbo, ambos de treinta y tres años, y casados en el
departamento de Loiret del municipio de Malesherbes. Su padre, Hervé de
Tocqueville, descendía de un linaje de la noblesse d’épée, los Clérel de
Tocqueville, que se dedicaban a la carrera militar o a la eclesiástica
hasta la Revolución. Su madre, la señora Hervé de Tocqueville, descendía
de una de las primeras familias de la noblesse de robe; era nieta de
Malesherbes, que había ejercido de abogado defensor de Luis XVI ante el
tribunal revolucionario. El padre y la madre de Alexis de Tocqueville
estuvieron encarcelados en París bajo el Terror, salvando la vida
gracias a la caída de Robespierrre. Tras diez meses de cautiverio, Hervé
de Tocqueville, salió de la prisión con el pelo blanco a los veintidós
años, siendo aún más dramática esta experiencia para su mujer, cuyos
nervios quedaron destrozados para el resto de su vida. Aunque sea
difícil delimitarla, la influencia de su padre sobre Alexis ha sido muy
grande. Para André Jardin, “en primer lugar, en la concepción
fundamental de la existencia: la vida del conde Hervé estuvo dedicada al
servicio público; se desvivió por él (y gastó por él sin medida). Para
su hijo, ésta es la verdadera virtud heredada de los tiempos
aristocráticos, sin la que la vida está mancillada por una especie de
decadencia” (2). La educación de Alexis, al igual que la de sus
hermanos, fue confiada al abate Lesueur, antiguo preceptor de su padre,
Hervé de Tocqueville. La competencia intelectual del viejo sacerdote era
muy limitada, pese a que escribía un francés elegante, sabía griego y
había viajado por Europa. Resultado de ese limitado horizonte cultural
es que Alexis no tuviera una escritura y ortografía perfectas. Por otra
parte, el abate Lesueur imprimió una profunda huella en el carácter de
Alexis, enseñándole las virtudes cristianas y ejerciendo de director de
su alma, por lo que Alexis siempre le tuvo un enorme afecto, no exento
de gratitud. En 1817, el padre de Tocqueville es trasladado a Metz, de
donde fue nombrado prefecto. Alexis irá a vivir junto a él completando
sus estudios secundarios en el Collège Royal de Metz, obteniendo un
premio de honor en Retórica, materia en la que fue fundamental para la
formación intelectual del joven Tocqueville la labor de su profesor,
monsieur Mougin, quien le enseñó a escribir sus propias reflexiones y
conclusiones mientras leía un libro, en lugar de limitarse a tomar notas
literales del mismo. Por lo demás, la enseñanza en el colegio de Metz
contenía algunas lagunas, sobre todo, comparado con la de los liceos
parisienses de la época. Son años en los que Alexis sentirá una gran
soledad, al no tener a sus hermanos y su madre junto a él, mientras su
padre, con las obligaciones de la prefectura, tampoco le podía dedicar
mucho tiempo. El joven Tocqueville intentó aliviar la soledad que le
angustiaba con incontables lecturas. Entre los libros que pudo leer, se
encuentran autores como Descartes, Voltaire y Rousseau, que produjeron
en la mente de Alexis una gran conmoción, concretada en una duda
universal -elemento que distorsionará su mundo de valores
aristocráticos- y, sobre todo, sus creencias religiosas casi hasta el
final de su vida, en cuyo ocaso recuperó totalmente su fe cristiana,
disipando las dudas que le atormentaron durante tantos años. A
diferencia de otros grandes intelectuales, autores y pensadores
liberales de su tiempo, como John Stuart Mill, por ejemplo, el joven
Alexis no tuvo una educación amplia y sistemática. El gran crítico de
las letras francesas, Sainte-Beuve, reconoció posteriormente que
“Tocqueville había leído relativamente poco” (3). Este importante dato,
en lugar de perjudicar la valoración de la obra de Alexis de
Tocqueville, aún le otorga un mayor mérito, al constatar que, con un
ligero andamiaje, el “semiautodidacta” Tocqueville (4) llegó a las cotas
más elevadas del pensamiento político universal. El joven Alexis
continuó la tradición jurídica de su familia materna cursando la carrera
de Derecho en París entre 1823 y 1826. Aunque al principio se aplicó al
estudio con entusiasmo, terminó su licenciatura con mediocres
resultados. Emprendió luego un viaje a Italia y Sicilia con su hermano
Eduardo, regresando para aceptar su nombramiento como juez auditor del
Tribunal de Versalles, lugar donde su padre residía en calidad de
prefecto del departamento de Seine-et-Oise. El nuevo magistrado Alexis
de Tocqueville tomó posesión de su cargo en Junio de 1827. Cediendo a
los consejos de su familia, desempeñará este cargo, pero sin mucho
entusiasmo. La revolución de julio de 1830 supuso la culminación de una
transformación en Francia, donde la aristocracia pasó de ser dominadora a
dominada por la apabullante victoria de la burguesía, en rigor, de la
gran burguesía, que llegó al poder por primera vez. Su cargo de juez
auditor le convirtió en juez suplente, exigiéndosele un juramento de
fidelidad a Luis Felipe. Tocqueville prestó el juramento, produciéndole
una de las sensaciones más dolorosas de su vida y un indescriptible
horror, porque repudiaba completamente la monarquía burguesa de Luis
Felipe, “el rey burgués”. En efecto, los acontecimientos de 1830 en
Francia le produjeron tal desazón, que no encontró otra salida que poner
tierra de por medio. Fue así como emprendió el viaje, junto a su amigo y
colega Gustave de Beaumont, que, a la postre, sería crucial en su vida y
en su obra: el viaje a los Estados Unidos de América. Para poder
llevarlo a cabo, Tocqueville y Beaumont obtuvieron del ministro de
Interior el encargo de una misión oficial para investigar in situ el
sistema penitenciario norteamericano. Para Tocqueville, tal encargo, era
en realidad un mero pretexto que le permitiría cumplir con un deseo que
guardaba en lo más profundo de su corazón: conocer una auténtica
democracia, la única que existía en aquella fecha, los Estados Unidos de
América. Alexis se daba ya perfecta cuenta, según André Jardin, de que
los Estados Unidos era el “prototipo del porvenir para Francia” (5).
Pensaba que estudiando las instituciones, leyes y costumbres de los
Estados Unidos comprendería mejor las transformaciones sociales y
políticas que por mor de la democracia se estaban produciendo en Francia
e incluso podría llegar a prever su futuro. En abril de 1831,
Tocqueville y Beaumont embarcaron juntos rumbo a Nueva York. Sin
desatender el cumplimiento de su misión oficial, Tocqueville además tomó
toda clase de copiosas notas, acerca de lo que veía y lo que las gentes
le contaban. Desafortunadamente para ambos investigadores, su estancia
en los Estados Unidos no duró más que nueve meses, al ser presionados
por el gobierno francés para que concluyeran su misión y regresaran a
Francia. En marzo de 1832 desembarcaron en Francia urgidos para que
realizaran el informe sobre las prisiones norteamericanas lo antes
posible. Al ser revocado Beaumont de sus funciones como magistrado,
Tocqueville decidió solidarizarse con él, y, consecuentemente, renunció a
su cargo, abandonando la magistratura a los veintisiete años, sin haber
recibido ni un solo salario en los cinco años que perteneció a la
carrera judicial francesa. En enero de 1833, Alexis de Tocqueville y
Gustave de Beaumont publican Du système pénitentiaire aux États-Unis et
de son application en France que ganó el premio Monthyon de la Academia
francesa. El libro obtuvo un gran éxito de crítica y no escaso de
público, pues será reeditado en dos ocasiones. El 9 de marzo de 1833,
Tocqueville ejercerá como abogado, por primera y única vez, ante la sala
de lo criminal de Montbrison, defendiendo a su gran amigo de la
infancia Louis de Kergolay, que había sido acusado de deslealtad. El
ingenio y la elocuencia de Tocqueville conseguirán un fallo
exculpatorio. Después de este nuevo éxito, realiza un breve viaje a
Inglaterra (del 3 de agosto al 7 de septiembre), donde esperaba
encontrar “algunas raíces de Norteamérica, así como una comparación de
excepcional valor con lo que había visto en los Estados Unidos” (6). Su
estancia en Inglaterra fue muy provechosa al madurar las ideas que
Alexis tenía sobre Norteamérica. Dieciocho meses después de su regreso
de Norteamérica, en octubre de 1833, por fin se dedicó plenamente a la
redacción de su inmortal obra. Entonces Tocqueville se dio perfecta
cuenta de la cantidad ingente e inabarcable de información que había
reunido, por lo que resolvió buscar ayudantes que pudieran resumirle
textos, escribir informes e intercambiar opiniones sobre política,
instituciones y costumbres norteamericanas. Théodore Sedgwick III y
Francis J. Lippit fueron los elegidos en la encomiable tarea de ayudar
al ilustre autor francés en la elaboración de su obra más universal,
aunque no participaron de la misma manera. Lippit desempeñó la poco
estimulante pero esencial función de amanuense, traduciendo y resumiendo
libros y folletos sobre las instituciones norteamericanas, no
obteniendo jamás la confianza de Tocqueville. Sedgwick, en cambio,
además de conseguirle libros norteamericanos, contestaba a las preguntas
que le planteaba Alexis sobre las costumbres norteamericanas o el
federalismo de tal forma, que Tocqueville tenía muy en cuenta su
opinión, entablando con él una amistad duradera (7). El 23 de enero de
1835 (menos de tres años después de su regreso de los Estados Unidos),
aparecieron los tomos I y II de La democracia en América, consiguiendo
de inmediato un éxito inconmensurable y procurando a su autor fama
universal. Según A. Jardin, “La verdadera causa del éxito fue el gran
reconocimiento del talento del autor por parte de la prensa, y, sin
duda, sobre todo, el gran elogio que de él hicieron las voces a las
cuales el público cultivado estaba atento” (8). Pese a ello,
“Tocqueville no quedó deslumbrado por el éxito de su libro y comprendió
los motivos del mismo: los conservadores aplaudían porque había
prevenido a los liberales contra los peligros de la democracia, mientras
los liberales lo hacían porque había mostrado a los conservadores la
legitimidad providencial del nuevo orden social democrático” (9).
Como prueba del reconocimiento que obtuvo su obra, se le concedió un
premio de la Academia francesa. En mayo de 1835, viajó nuevamente a
Inglaterra, y, por primera vez, a Irlanda, acompañado de Gustave de
Beaumont. Tocqueville quería conocer con mayor profundidad las
instituciones y leyes inglesas, pues pensaba utilizar más el recurso
comparativo entre las sociedades inglesa, norteamericana y francesa en
la redacción de los siguientes tomos de La democracia en América. No fue
esta la única razón que le impulsó a viajar a Inglaterra; pues también
tenía motivos personales. En 1828, había conocido en Versalles a una
joven inglesa, Mary Mottley, nueve años mayor que él, pero de la que
estaba enamorado. Ella fue determinante para el futuro bienestar
emocional de Tocqueville, logrando apaciguar su carácter atormentado. Su
estancia en Inglaterra le permitió conocer a su familia y poco después,
pese a la opinión contraria de la de Alexis, Tocqueville se casó con
Mary Mottley. También se produjo otro hecho muy relevante en la
biografía de Tocqueville en el transcurso de su segundo viaje a
Inglaterra, durante el verano de 1835: el encuentro con John Stuart
Mill, que marcó su vida de forma indeleble y que supuso una profunda
influencia recíproca (10). La lectura de los dos primeros tomos de La
democracia en América fascinó de tal manera a John Stuart Mill que no
dudó en publicar dos recensiones de los mismos, que aún hoy en día,
continúa siendo uno de los mejores análisis que se han hecho de la
inmortal obra (11). Asimismo pidió a Tocqueville que publicara algún
artículo para la revista que el propio Mill había creado. De este modo,
el autor francés publicó en 1836 el artículo titulado “L’état social et
politique de la France avant et depuis 1789” en la London and
Westminster Review. El verano de 1836 lo pasó en Suiza descansando junto
a su mujer, que se recuperaba de una enfermedad. Fueron unos meses de
tregua en medio del trabajo que tendría que emprender. Alexis de
Tocqueville había recibido a la muerte de su madre la propiedad del
castillo de Tocqueville sito en la península de Cotentin. Alexis comenzó
a pensar en ser diputado, para desempeñar una de las antiguas tareas de
la aristocracia: la función pública. Decidió presentarse por el
Cotentin, y no por Versalles o por París, que se consideraban entrar por
la puerta grande a la Cámara de los Diputados, y que podría pensarse
que fueran más apropiadas para los méritos del eminente autor de La
democracia en América. En 1837, presentó su candidatura a las elecciones
legislativas, pero al haber rechazado el apoyo oficial que le había
ofrecido su pariente, el conde Molé, sufrió una dura derrota. Sin
embargo, dos años después se presentó de nuevo, obteniendo una mayoría
aplastante. Los electores, en el transcurso de ese tiempo, habían
conocido las ideas de Alexis que había tenido múltiples reuniones con
ellos. A partir de 1839, fue reelegido constantemente hasta el final de
su carrera política en 1851. Tocqueville, durante todo el tiempo que
desempeñó la actividad política tuvo contacto asiduamente tanto con sus
electores como con su tierra natal, Normandía. Y este detalle no careció
de importancia para sus votantes: “Los aldeanos de Tocqueville tuvieron
siempre para con él el afecto que se siente hacia un buen padre”
(12). En 1838, es elegido miembro de la Academia de Ciencias Morales y
Políticas, aunque no recibió su nombramiento con mucha ilusión. En
realidad, aspiraba a entrar en la Academia francesa, de la que fue
elegido miembro en 1841, a la edad de treinta y seis años. Tras la
publicación de los dos primeros tomos de La democracia en América, se
volcó en la preparación de la continuación de su obra inmortal. Para
ello, realizó muchísimas lecturas, en esta ocasión, no sólo relacionadas
con Norteamérica, sino centradas muchas de ellas, en el estudio de los
grandes filósofos. Por todo ello, se vislumbraba que la continuación de
La democracia en América podía tener un carácter más abstracto, como así
fue. Además de las lecturas y la publicación del ya mencionado artículo
en la London and Westminster Review, escribió algunos artículos o
informes más, concretamente, Mémoire sur le paupérisme (13) publicado en
las Mémoires de la Société académique de Cherbourg cuyo objeto era la
ley de los pobres aprobada por el Parlamento inglés el 15 de febrero de
1834 y Deux Lettres sur l’Algérie publicadas el 23 de junio y el 22 de
agosto de 1837 en La Presse de Seine-et-Oise. Ninguno de estos
artículos, más o menos extensos, tiene la altura de sus obras capitales,
en las que parece haber concentrado Tocqueville toda su sabiduría. En
abril de 1840, se publicaron los tomos III y IV de La democracia en
América. Esta segunda parte de su obra inmortal se considera muy
superior a la primera –más descriptiva- y se encuentra entre las mejores
obras de pensamiento político de todos los tiempos. “El pensamiento
–escribe J.P.Mayer- es más conciso y más profundo, el estilo más pulido y
mejor logrado. El horizonte del escritor se ha ensanchado, se ha hecho
más universal” (14). Es este el momento crucial en su carrera como
escritor; había conseguido tener un estilo brillante y propio, muy
influenciado por Pascal, uniendo razón y corazón, siendo el primer
pensador político en la historia que procede de esa manera (15). Sin
embargo, al contrario de lo que se podría pensar, la segunda parte de la
obra fue recibida muy fríamente por el público francés; el nivel de
ventas fue similar pero resultó ser mucho menos leída. Era un trabajo
absolutamente original, que, por primera vez, había ampliado el círculo
de influencia de la democracia, que se restringía al sistema de gobierno, llevándola hasta las regiones de las costumbres, ideas y
sentimientos, que entonces se creía estaban fuera de su influencia. Si a
todo esto, le unimos la ya mencionada abstracción de la segunda parte
de la obra en búsqueda de conclusiones generales válidas universalmente,
convendremos que resultaba demasiado complicado para el gusto del
público francés de la época. En cambio, en Inglaterra el éxito de la
segunda parte superó al de la primera; incluso fue el principio de una
larga influencia de este autor en las ideas políticas de las islas
británicas (16). Fue precisamente en este período de su vida, cuando
empezó a tomar cierta importancia la actividad política de Tocqueville.
Así, su debut oficial en la Cámara, tuvo lugar el 2 de julio de 1839,
cuando subió por primera vez a la tribuna, para intervenir a propósito
de la posición de Francia en la cuestión de Oriente, reclamando una
política de presencia francesa en la zona. En 1840, fue elegido como
relator por la Comisión nombrada por la Cámara para tratar el problema
de la reforma de las prisiones. El 20 de junio, último día de la sesión,
presentó su informe, pronunciándose a favor del sistema de
Filadelfia, que consistía en el encarcelamiento celular y solitario como
castigo severo, pero según se concluía, efectivo. Elegido Tocqueville
consejero general de la Mancha como representante de los cantones de
Montebourg y de Sainte-Mère Église, le dedicó un gran esfuerzo al cargo
que desempeñará hasta 1848, siendo consecuente con sus ideas
descentralizadoras. En este período de tiempo tuvo gran actividad
parlamentaria. En 1843 se nombró una nueva comisión para la reforma de
las prisiones, cuyo relator fue de nuevo Tocqueville, quien sostendrá
ante la Cámara la discusión de mayo de 1844, adoptándose el sistema de
encarcelamiento individual que él había recomendado en su informe.
También participó activamente en muchas otras discusiones, señalándose
entre las principales, su oposición a la alianza con Inglaterra.
Tocqueville nunca llegó a ser un gran jefe político por carecer de los
atributos para serlo; se le achacaba por sus detractores ser demasiado
frío, orgulloso, incapaz de improvisar y con discursos planos, carentes
del más mínimo mordiente. En su acción política en la Cámara, tuvo
grandes enemigos, o, más bien, sentía una enorme antipatía por los
líderes políticos Guizot y Thiers. Había modificado su opinión y sus
sensaciones en torno a Guizot. Toqueville había asistido al curso que
impartió Guizot entre 1828 y 1830 sobre la Histoire de la civilisation
en France. Muchas ideas de este curso de historia influyeron en la
redacción de la primera parte de La democracia en América, lo que
demuestra una gran admiración de Tocqueville, por entonces, a la faceta
de historiador de Guizot. Pero el papel que desempeñó Guizot como uno de
los principales gobernantes en el reinado de Luis Felipe, provocó la
antipatía de Alexis. Antipatía que degenerará en profundo desprecio por
haber corrompido Guizot a la Cámara de la que Tocqueville era miembro
(17). Respecto a Thiers, Alexis siempre mantuvo la misma opinión: le
parecía que este jefe de la oposición constitucional, en lugar de
plasmar las virtudes del político que preconizaba Platón, más bien,
representaba sus más abyectos vicios. Era hipócrita, intrigante y
embaucador. Las relaciones que mantuvo con Thiers fueron siempre
tormentosas. Desde 1842 hasta 1846 fijó su actitud en la Cámara
oponiéndose a la política de Guizot, para lo que se alió con Odilon
Barrot, jefe de la izquierda dinástica, al que consideraba un auténtico
liberal. Sin embargo, Tocqueville siempre mantuvo su independencia de
criterio y su honorabilidad intachable. En 1842 Tocqueville fue nombrado
miembro de la comisión extraparlamentaria para los asuntos de África,
presentando, en 1847, un informe acerca del problema de Argelia (a la
que había viajado), una de sus grandes pasiones políticas, en el que
reclamaba al gobierno francés que alentase todo lo posible la
colonización, respetando a los indígenas musulmanes y procurando su
bienestar. La Revolución de febrero acabó con la monarquía burguesa de
Luis Felipe, que huyó a Inglaterra. Se constituyó, entonces, un gobierno
provisional del que formaron parte por primera vez jefes socialistas
como Louis Blanc, se proclamó la República y se disolvió la Cámara,
convocándose elecciones legislativas con sufragio universal masculino
para abril de 1848. El 23 de abril de 1848 se eligieron los miembros de
la Asamblea Constituyente que elaboraría una Constitución para la nueva
República. Tocqueville volvió al Parlamento. El cambio del sufragio
censitario al sufragio universal masculino deparó empero que los nuevos
electores se inclinaran mayoritariamente por unos miembros de la
Asamblea más conservadores, con lo que la sensación de inestabilidad
social no desapareció completamente. En junio de 1848, se sublevaron los
obreros parisienses. Esta Revolución fue reprimida en tan solo tres
días por el general Cavaignac tras una sangrienta lucha. Mientras,
Tocqueville había sido elegido miembro de la comisión encargada de
elaborar la nueva constitución. Sin embargo, las tesis principales de
Tocqueville no triunfaron, pues no se modificó la tradicional
administración centralizada francesa y tampoco se instauró el sistema de
dos cámaras que propugnaba. En diciembre se convocaron elecciones
presidenciales. Tocqueville votó a Cavaignac, pero resultó elegido Luis
Napoleón como presidente de la República por una mayoría aplastante
(18). El 2 de junio de 1849, pasó Tocqueville a ocupar la cartera de
Asuntos Exteriores en el segundo ministerio de Odilon Barrot. Para
desarrollar sus funciones con éxito, nombró gente de su entera confianza
en los puestos clave; elige a Arthur de Gobineau jefe de gabinete y
designa como embajadores a Corcelle en Roma y a Gustave de Beaumont en
Viena. Entre los grandes asuntos que le tocó resolver, quizá el más
destacable fuera la tensión ruso-turca. Habiéndose refugiado en Turquía
unos revolucionarios, que habían intentado la insurrección húngara, se
acogieron a la protección de la Embajada de Francia. Austria y Rusia
exigieron su entrega a Turquía, pero ésta no accedió. Se rompieron,
pues, las relaciones diplomáticas y Turquía obtuvo el apoyo de
Inglaterra y Francia frente a la inminente guerra. Entonces, ante la
constatación de esta alianza, Austria y Rusia desistieron de sus
pretensiones. Este conflicto es buena prueba de las dotes de diplomático
que poseía Alexis de Tocqueville y también muestra su coherencia con su
capacidad intuitiva, pues había previsto el peligro de Rusia en unas
archifamosas líneas, quizá las más citadas de toda la obra de
Tocqueville: “Hay hoy en la tierra dos grandes pueblos que, partiendo de
puntos diferentes, parecen avanzar hacia el mismo
fin: son los rusos y los angloamericanos. Ambos han crecido en la
oscuridad, y mientras las miradas de los hombres estaban ocupadas en
otras partes, ellos se han situado de repente en primera fila entre las
naciones. y el mundo ha conocido casi al mismo tiempo su nacimiento y su
grandeza. Todos los otros pueblos parecen haber alcanzado más o menos
los limites trazados por la naturaleza y no tener más que conservarlos;
pero ellos están creciendo, todos los demás están detenidos o sólo
avanzan con mil esfuerzos, y sólo ellos marchan con un paso fácil y
rápido en una carrera cuyo límite no puede aún percibirse. El americano
lucha contra los obstáculos que le opone la naturaleza; el ruso está en
pugna con los hombres. El uno combate el desierto y la barbarie; el
otro, la civilización revestida de todas sus armas; las conquistas del
norteamericano se hacen con el arado del labrador, las del ruso con la
espada del soldado. Para alcanzar su objetivo, el primero se apoya en el
interés personal y deja actuar, sin dirigirlas, la fuerza y la razón de
los individuos. El segundo concentra en cierta medida todo el poder de
la sociedad en un hombre. Uno tiene por principal medio de acción la
libertad; el otro la servidumbre. Su punto de partida es diferente, sus
caminos son diversos; sin embargo, cada uno de ellos parece llamado por
un designio secreto de la Providencia a tener un día en sus manos los
destinos de la mitad del mundo” (19). A fines de octubre de 1849,
Tocqueville se vio obligado a presentar su dimisión, pues Luis Napoleón
había decidido destituir al Gobierno de Odilon Barrot. Luis Napoleón
hizo algunos esfuerzos más tarde para asegurarse la colaboración de
Tocqueville, pero ambos personajes eran antagónicos, con lo que estaban
condenados a no entenderse. En julio de 1850, Toqueville empieza a
escribir los Souvenirs, cuya redacción acabaría en Sorrento en 185120.
Tocqueville no tenía intención de publicar esta obra, que es mucho más
ácida y aguda en sus críticas, y no está tan depurada como las que
decidió publicar, en las cuáles vertió su pensamiento mejor y más
duradero. En cualquier caso, los Souvenirs se publicaron en 1893 y
constituyen una de las más agudas memorias históricas acerca de la
Segunda República francesa. El golpe de Estado de Luis Napoleón el 2 de
diciembre de 1851 retiró definitivamente de la política a Tocqueville.
Su carrera política nunca estuvo a la altura de su obra y, por otra
parte, la vida pública en su tiempo le parecía desprestigiada y
corrompida en general. Díez del Corral se hace eco de ese desencanto del
autor francés: “Lo que Tocqueville echaba de menos en la vida política
francesa era la altura de miras, el sentido de responsabilidad y el
valor institucional de una antigua aristocracia, y además el vivo latido
de la vida social que quedaba pospuesto por los intereses egoístas de
clase” (21). No en vano, era la burguesía quien regía su mundo político,
a su pesar. Apartado de la vida pública, Tocqueville va a reencontrarse
con las tareas puramente intelectuales, y llena su tiempo con lecturas e
investigaciones históricas. Planea escribir una gran obra histórica
sobre Francia. Pero llega a la conclusión de que para llegar a la
Francia posrevolucionaria, ha de estudiar primero sus raíces, que se
encuentran en el Antiguo Régimen. Para Tocqueville, como señala André
Jardin: “La Revolución propiamente dicha no era sino la terminación
violenta y acelerada de una evolución que de todas maneras se habría
producido” (22). Tocqueville no se va a limitar a relatar los
acontecimientos históricos, sino que se convertirá en historiador pero
sin perder su carácter de filósofo y sociólogo, entendiendo de esta
manera la historia como un ser vivo, una materia viva que influye sobre
nuestros actos y decisiones, metamorfoseándose gracias a ellos. Al
investigar las historias de Francia al uso, en ese período anterior a la
Revolución, concluye que el simple relato de los hechos no es
suficiente. No se trata tanto de relatar los hechos, como de pensarlos.
Además, aunque Tocqueville vincula lo racional con la historia, pues es
hijo de su tiempo, difiere del planteamiento hegeliano de la misma, al
no creer que se pueda encontrar un principio último, general y
definitivo del que quepa deducir nuestro devenir histórico. Las palabras
del profesor Negro Pavón no ofrecen ninguna duda al respecto: “En el
umbral de una época crítica de alcance universal, Tocqueville concibe,
pues, la misión de la inteligencia como un intento de ordenar el caos de
los acontecimientos que tan vertiginosamente se suceden ante sus ojos.
No pretende, por lo tanto, suprimir la Historia a base de explicarla,
sino tornarla inteligible a la manera de Montesquieu. Es, en suma, un
pensador riguroso, independiente y libre, para el que la Historia es
algo que hacen los hombres, y no un estrecho sendero que estemos
fatalmente condenados a seguir. Lo cual no le impide, como es obvio,
rastrear y desvelar, cuando cuenta con elementos para ello, las
concatenaciones causales y las recurrencias que cree advertir en el
curso de esa Historia” (23). Durante 1853, a pesar de un estado de salud
deficiente por sufrir una de sus frecuentes infecciones pulmonares,
explora muchos archivos de Paris, Tours y otras ciudades buscando
documentarse a fondo para la preparación de El Antiguo Régimen y la
Revolución. Entre junio y septiembre de 1854 viaja a Alemania para
informarse sobre las características del sistema feudal en el país
germano. Después de cinco años trabajando en su nueva obra, publicó El
Antiguo Régimen y la Revolución en 1856. El libro –el primero de tres
libros proyectados- tuvo tanto éxito como su obra sobre América, pero a
diferencia de ésta se denota en su obra de madurez una incomparable
precisión en sus ideas, un estilo completamente depurado, que destila
claridad cristalina sin dejar de poseer una vestimenta perfectamente
bella. La democracia en América es su obra más famosa pero El Antiguo
Régimen y la Revolución quizá sea su obra más redonda. En 1957 viaja,
por última vez, a Inglaterra para consultar documentos de la historia de
su Revolución. Su intención era publicar una segunda parte de El
Antiguo Régimen y la Revolución, con lo que necesitaba recabar mayor
información de la que disponía; pero lamentablemente nunca llegó a
hacerlo, por lo que quedó inacabada. Para regresar a Francia, el
Almirantazgo inglés puso a su disposición un destructor. No deja de
resultar irónico, aunque no es infrecuente, que Inglaterra le rindiera
honores de hombre de Estado, cuando Francia nunca lo hizo en vida del
autor. Su precaria salud acabó prematuramente con su vida, el 16 de
abril de 1859 cierra sus ojos definitivamente en Cannes. El autor de La
democracia en América y El Antiguo Régimen y la Revolución, pese al
éxito que tuvieron sus obras, nunca se sintió completamente feliz. En él
confluían tendencias antagónicas como aristocracia y democracia o razón
y corazón; esto le hizo, en muchas ocasiones, debatirse en dudas sobre
ideas o situaciones que le atormentaban. La definición de Alexis de
Tocqueville que ofrece Díez del Corral describe perfectamente esa
características de este francés universal: “Un aristócrata de sangre y
espíritu, que acepta la derrota porque no puede menos de admitir los
cambios traídos por el tiempo y el ineludible empuje de las nuevas
corrientes, aunque disienta de sus principios y se esfuerce por mitigar y
encauzar sus efectos. Esfuerzo noble, lleno de objetividad, de
inteligentes propósitos al mismo tiempo que de serena resignación, en la
que influía sin duda muy humanamente el desencanto sentido por la
insuficiencia que no podía menos de reconocer en sus dotes políticas”
(24).
NOTAS. (1) Alexis de Tocqueville: estudio biográfico de ciencia política, Madrid, Tecnos, 1965, pág. 19. (2) A. Jardin, Alexis de Tocqueville 1805-1859, México, Fondo de Cultura Económica, 1988, pág. 36. (3) J. Peter Mayer, op. cit.,pág. 22. (4)
No duda en calificarlo de esa manera L. Díez del Corral, en El
pensamiento político de Tocqueville. Formación intelectual y ambiente
histórico, Madrid, Alianza Editorial, 1989, pág. 95. (5) Alexis de Tocqueville 1805-1859, México, Fondo de Cultura Económica, 1988, pág. 79. (6) James T. Schleifer, Cómo nació “la democracia en América” de Tocqueville, México, Fondo de Cultura Económica, 1984, pág. 26. (7) Para conocer más datos de la relación de Tocqueville con sus ayudantes, véase A. Jardin, op. cit., págs. 162-163. (8) A. Jardin, op. cit., pág. 181. (9) J. Peter Mayer, op. cit.,pág. 54. (10)
Véase una comparación entre Mill y Tocqueville, en Dalmacio Negro
Pavón, Liberalismo y Socialismo. La Encrucijada Intelectual de Stuart
Mill, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1975, págs. 175-212. (11)
Hay edición española de las mismas, en John Stuart Mill, Sobre la
libertad y comentarios a Tocqueville, Madrid, Espasa Calpe, 1991. (12) J. Peter Mayer, op. cit., pág. 66. (13) Hay edición española, Alexis de Tocqueville, Democracia y pobreza (Memorias sobre el pauperismo), Madrid, Trotta, 2003. (14) J. Peter Mayer, op. cit., pág. 57. (15)
Para esta cuestión, véase L. Díez del Corral, La mentalidad política de
Tocqueville con especial referencia a Pascal, Madrid, Real Academia de
Ciencias Morales y Políticas, 1965. (16) “Seguramente
Inglaterra fue el país en que más se mantuvo viva la autoridad de
Tocqueville”. L. Díez del Corral, El pensamiento político de
Tocqueville. Formación intelectual y ambiente histórico, Madrid, Alianza
Editorial, 1989, pág. 395. (17) “¿Qué es la Cámara?
–se preguntaba-. Un gran bazar en que cada uno vende su conciencia por
un cargo”. Citado por André Maurois, Historia de Francia, Barcelona,
Círculo de Lectores, 1973, pág. 400. (18) Véase una
lectura clásica de los conflictos de todo este período en Karl Marx, Las
luchas de clases en Francia de 1848 a 1850, Madrid, Espasa Calpe, 1995.
(19) Alexis deTocqueville, De la Démocratie en
Amérique, Paris, Libraire Philosophique J.Vrin, 1990, págs. 313-314.
Quizá sea ésta la más famosa predicción de Tocqueville, pero algunos
autores han restado importancia a su valor como intuición: “En el tiempo
de Luis-Felipe, numerosas personas se encuentran impresionadas por el
crecimiento de dos colosos (la expresión es corriente), Estados Unidos y
Rusia, y se prevé que, prosiguiendo su crecimiento, los dos colosos
reducirán a una importancia secundaria las viejas potencias de Europa”.
Bertrand de Jouvenel, El arte de prever el futuro político, Madrid,
Rialp, 1966, pág. 196. (20) Edición española de los mismos, Alexis de Tocqueville, Recuerdos de la Revolución de 1848, Madrid, Trotta, 1994. (21) L. Díez del Corral, El liberalismo doctrinario, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1973, págs. 444-445. (22)
André Jardin, Historia del liberalismo político. De la crisis del
absolutismo a la Constitución de 1875, México, Fondo de Cultura
Económica, 1989, pág. 380. (23) Dalmacio Negro Pavón,
“Introducción” en Alexis de Tocqueville, Inéditos sobre la Revolución,
Madrid, Seminarios y Ediciones, 1973, pág. 13. (24) L. Díez del Corral, El liberalismo doctrinario, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1973, pág. 446.
[. “Alexis de Tocqueville (1805-1859)
No hay comentarios:
Publicar un comentario