Por José Natanson
Descendiente de un vasco que llegó a la Argentina en
el siglo XIX, de una familia imbricada con el poder económico y
militar, el capitán-ingeniero, reivindicador del terrorismo de Estado,
vivió su último momento de gloria con Menem. Falleció de cáncer, a los
92 años, con su hija María Julia en prisión. Alvaro Alsogaray vivió
su primer gran momento político en 1959, cuando Arturo Frondizi quiso
subrayar su conversión al librecambismo y lo designó ministro de
Hacienda. Treinta años y unas cuantas dictaduras después, otro líder de
origen popular decidió imprimirle un giro inesperado a su programa y lo
convocó al gobierno: era Carlos Menem, que recurrió a la figura del
capitán-ingeniero como emblema de su reconversión al neoliberalismo.
Durante décadas símbolo de la amalgama entre poder militar, político y
económico, Alvaro Alsogaray murió a los 92 años.
Como sucede con las buenas familias, para contar la biografía de
Alsogaray hay que comenzar por sus antepasados. De origen vasco, el
primer Alsogaray llegó a estas pampas en 1810 y fundó una larga dinastía
de militares, con una cláusula que se repetiría hasta hoy: el hijo
varón mayor se llamaría, siempre, Alvaro. El Alvaro bisabuelo fue
colaborador de Guillermo Brown, el Alvaro abuelo participó en la guerra
de la Triple Alianza y el Alvaro padre fue jefe de operaciones de José
Uriburu. El Alvaro que murió ayer nació el 22 de junio de 1913 en la ciudad de
Esperanza, en Santa Fe. Las tareas de su padre en el Ejército lo
obligaban a una mudanza continua: la familia pasó por Bahía Blanca,
donde era vecina de los Massot, y por otras provincias, hasta que Alvaro
ingresó al Colegio Nacional Mariano Moreno y, después, al Colegio
Militar, casi una extensión de la casa familiar. Practicó tenis y
esgrima, fue abanderado de su promoción y desfiló junto a los cadetes
para festejar el golpe de 1930. El Ejército era un lugar cómodo, pero Alsogaray era un hombre inquieto,
que se interesaba por los negocios y la política. Retirado con el grado
de capitán, se dedicó a rastrear oportunidades para las empresas
extranjeras que buscaban sortear las restricciones del primer peronismo.
Por esos años asumió su primer cargo público: aunque era un
antiperonista nato, ocupó la jefatura de la Flota Aérea Mercante durante
la primera presidencia de Perón. Se retiró seis meses después, más
convencido que nunca de que Perón era el enemigo a vencer y esperó
pacientemente el golpe. En 1955, Alsogaray fue designado funcionario de la Revolución
Libertadora, pero su primera aparición en la gran escena nacional se
produjo en 1959. Cercado por los militares y jaqueado por la crisis
económica, Frondizi intentó un golpe desesperado y decidió cambiar
radicalmente la orientación de su gobierno. Para los peronistas y los
desarrollistas que lo habían votado fue una traición a sus promesas de
campaña, traición que encontró su figura ideal en la persona del
capitán-ingeniero, que fue nombrado ministro de Hacienda. Alsogaray
asumió como símbolo de la nueva política y diseñó un plan
antiinflacionario que le granjearía cierta fama en los sectores
liberales. Los argentinos descubrirían asombrados a ese ex militar de
oratoria clara y despiadada, que en el discurso por televisión exhibiría
por primera vez sus tics imborrables y pronunciaría una frase que lo
acompañaría para siempre: “hay que pasar el invierno”.
Admirador de los grandes teóricos neoliberales, de Ludwing Erhard, Charles Rueff y Milton Friedman, Alsogaray comenzó a machacar con su programa neoliberal antes que Thatcher y Reagan. Durante toda su vida ejerció una simplificación absurda de la discusión ideológica, que para él se divide en sólo dos corrientes: de un lado los “dirigistas” y “socialistas”, entre los que ubica a los nazis, comunistas, peronistas, socialdemócratas y fascistas, y del otro los liberales, entre los que se ubicaba a él mismo y unos pocos más. Su rígido esquema ideológico le alcanzó para ser convocado por el gobierno de José María Guido, que lo designó ministro de Economía, y por la dictadura de Onganía, que lo nombró embajador en Estados Unidos. Mientras, Alsogaray seguía con los negocios y la política: fue candidato en 1965 y en 1973, cuando su partido, Nueva Fuerza, encabezó una gigantesca campaña publicitaria que no alcanzó para superar el 2,07 por ciento de los votos.
Alsogaray vivió con alegría la llegada de la última dictadura. No ocupó cargos, cuestionó a Martínez de Hoz y criticó Malvinas, pero aprovechó la patria financiera y defendió como nadie el terrorismo de Estado: dijo que “no hubo torturas en la ESMA” y que “Astiz no es un asesino, es casi un héroe”. En 1991 presentó un proyecto de ley para que se construya un monumento a Jorge Rafael Videla.
Cuando llegó la democracia, Alsogaray ya era un hombre famoso, conocido popularmente como “El Chancho”, casado con Edith Ana Gay, con tres hijos que le darían, en total, once nietos. Vivía en el elegante departamento de Riobamba y solía pasar los fines de semana en la quinta de Tortuguitas y los veranos en Punta del Este.
Decidido (o resignado) a jugar en democracia, en 1983 fundó la UCeDé y encaró una campaña diferente: se sacó fotos adentro de un barril para demostrar que “el Estado no es un barril sin fondo” y se candidateó como diputado, el primer cargo público que obtuvo por el voto popular. La UCeDé siguió creciendo: en 1989 consiguió el 6,7 por ciento de los votos y se consagró como la tercera fuerza del país. A pesar de los avances, su destino estaba sellado desde el momento en que Menem dejó de lado el salariazo y la revolución productiva y produjo un giro más abrupto y más exitoso que el de Frondizi. Como el viejo líder desarrollista, el riojano encontró en Alsogaray el hombre ideal para subrayar su súbita transformación. El capitán-ingeniero fue designado asesor para la deuda externa, dio mensajes por televisión y se volcó de lleno a un proyecto faraónico y frustrado: la aeroísla. Acusado de trabajar para el grupo holandés que quería llevar adelante la obra y peleado con medio gabinete, en 1991 Alsogaray decidió abandonar el gobierno, aunque no la lucha: su hija María Julia, la luz de sus ojos, comenzaba a escalar posiciones como funcionaria multifunción.
En los años siguientes, Alsogaray optó por un retiro progresivo. Casi no salía del departamento familiar y sufrió como nadie la condena de María Julia por enriquecimiento ilícito. Tenía cáncer, y en el último tiempo fue asistido por un respirador. Murió ayer, poco después de las 18.
Admirador de los grandes teóricos neoliberales, de Ludwing Erhard, Charles Rueff y Milton Friedman, Alsogaray comenzó a machacar con su programa neoliberal antes que Thatcher y Reagan. Durante toda su vida ejerció una simplificación absurda de la discusión ideológica, que para él se divide en sólo dos corrientes: de un lado los “dirigistas” y “socialistas”, entre los que ubica a los nazis, comunistas, peronistas, socialdemócratas y fascistas, y del otro los liberales, entre los que se ubicaba a él mismo y unos pocos más. Su rígido esquema ideológico le alcanzó para ser convocado por el gobierno de José María Guido, que lo designó ministro de Economía, y por la dictadura de Onganía, que lo nombró embajador en Estados Unidos. Mientras, Alsogaray seguía con los negocios y la política: fue candidato en 1965 y en 1973, cuando su partido, Nueva Fuerza, encabezó una gigantesca campaña publicitaria que no alcanzó para superar el 2,07 por ciento de los votos.
Alsogaray vivió con alegría la llegada de la última dictadura. No ocupó cargos, cuestionó a Martínez de Hoz y criticó Malvinas, pero aprovechó la patria financiera y defendió como nadie el terrorismo de Estado: dijo que “no hubo torturas en la ESMA” y que “Astiz no es un asesino, es casi un héroe”. En 1991 presentó un proyecto de ley para que se construya un monumento a Jorge Rafael Videla.
Cuando llegó la democracia, Alsogaray ya era un hombre famoso, conocido popularmente como “El Chancho”, casado con Edith Ana Gay, con tres hijos que le darían, en total, once nietos. Vivía en el elegante departamento de Riobamba y solía pasar los fines de semana en la quinta de Tortuguitas y los veranos en Punta del Este.
Decidido (o resignado) a jugar en democracia, en 1983 fundó la UCeDé y encaró una campaña diferente: se sacó fotos adentro de un barril para demostrar que “el Estado no es un barril sin fondo” y se candidateó como diputado, el primer cargo público que obtuvo por el voto popular. La UCeDé siguió creciendo: en 1989 consiguió el 6,7 por ciento de los votos y se consagró como la tercera fuerza del país. A pesar de los avances, su destino estaba sellado desde el momento en que Menem dejó de lado el salariazo y la revolución productiva y produjo un giro más abrupto y más exitoso que el de Frondizi. Como el viejo líder desarrollista, el riojano encontró en Alsogaray el hombre ideal para subrayar su súbita transformación. El capitán-ingeniero fue designado asesor para la deuda externa, dio mensajes por televisión y se volcó de lleno a un proyecto faraónico y frustrado: la aeroísla. Acusado de trabajar para el grupo holandés que quería llevar adelante la obra y peleado con medio gabinete, en 1991 Alsogaray decidió abandonar el gobierno, aunque no la lucha: su hija María Julia, la luz de sus ojos, comenzaba a escalar posiciones como funcionaria multifunción.
En los años siguientes, Alsogaray optó por un retiro progresivo. Casi no salía del departamento familiar y sufrió como nadie la condena de María Julia por enriquecimiento ilícito. Tenía cáncer, y en el último tiempo fue asistido por un respirador. Murió ayer, poco después de las 18.
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