Creo que ya podemos afirmar, sin ser ilusos o demasiado optimistas, que don Juan Manuel de Rosas ha sido rehabilitado en casi todos los aspectos de su obra y personalidad. Salvo algunos descendientes de unitarios, y algunos demócratas sin sentido histórico que juzgan el pasado con el criterio del presente, apenas hay persona culta que ignore cómo Rosas salvo al país de la anarquía, lo unió y lo organizó y lo defendió, con patriotismo ejemplar, contra las potencias extranjeras que lo atacaron. Nadie ignora, igualmente, y por haberlo leído en un libro escrito por un enemigo –me refiero a “Rosas y su tiempo”, de José María Ramos Mejía-, que en los años de su gobierno la provincia de Buenos Aires conoció la verdadera prosperidad, pues había trabajo para todos, no existía la miseria y el pueblo era feliz.
Pasó la época en que a Rosas se le consideraba un gaucho bruto, incapaz, como creía Groussac, que no podía comprenderle, de escribir un discurso; o gobernante ladrón como decían los unitarios. Todos reconocen hoy su enorme talento; su honradez, su capacidad de dirección y organización.
¿Qué falta, pues, para la rehabilitación completa de Rosas? Sólo esto: demostrar que no fue el sanguinario que se cree. Algún día se convencerá el país de que sus enemigos fueron más sanguinarios que él. En las memorias del General Iriarte, aún inéditas, se relatan las bárbaras matanzas de paisanos realizadas durante la dictadura de Lavalle. El General Paz, según cuenta King, hacía fusilar todas las noches a varios individuos. El jóven historiador Alberto Ezcurra Medrano tiene que ampliar sus interesantes “tablas de sangre” de los unitarios.
Pero para rehabilitar a Rosas en este asunto, es preciso revelar las traiciones de los unitarios, que se unían con el extranjero contra su patria. En este sentido el espléndido libro de Font Ezcurra, documentado, serio, austeramente escrito, es de la mayor eficacia. Falta insistir en que los “asesinatos” de que lo acusan a Rosas no fueron sino actos de guerra. La casi totalidad de esos “asesinatos” se produjeron en los años 40 y 41, mientras Buenos Aires debía luchar contra los traidores que se habían unido al extranjero. Hay un documento que lo prueba: e1 proceso a Cuitiño y a los demás mazorqueros. El decreto ordena procesarlos por los crímenes cometidos durante los años 40 y 42. No habla ese decreto de crímenes anteriores ni posteriores.
¿Eran crímenes? No. Eran actos de guerra. Los hombres de la policía de Rosas entraban en las casas a buscar pruebas de la comp1icidad de los unitarios con los traidores de Montevideo. A veces, alguien se resistía o se insolentaba con la autoridad. Y entonces no faltaba un bofetón, cuya réplica atraía el balazo o la puñalada, el que hizo justicia en los traidores.
Y si pensamos en 1a magnitud de las traiciones de Florencio Varela, de Lavalle, de Sarmiento, de casi todos los unitarios, nos es preciso reconocer que Rosas fue demasiado benigno. Clemenceau, por simples sospechas, llenó las cárceles de Francia durante la Gran Guerra y fusiló a mucha gente. ¿Qué no habría hecho si los enemigos de su política se hubieran abiertamente aliado con Alemania?
*Artículo publicado en la Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Año I, Número I, enero de 1939.
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