Por Arturo Jauretche
[Fragmento de su libro Ejército y Política, 1958]
En
la revolución del 74, el Ejército Nacional liquida definitivamente los
restos del ejército de facción de (Bartolomé) Mitre y en la Revolución
del 80, la oligarquía porteña es derrotada y el Ejército Nacional
impone, conjuntamente con la capitalización de Buenos Aires, un concepto
de unidad del país frente a la hegemonía porteña. Con la
presidencia de (Nicolás) Avellaneda se insinúa la formación de la
oligarquía nacional que sustituirá a aquélla; ésta tendrá la misma
adhesión que los vencedores de Caseros al liberalismo de importación, a
las doctrinas económicas detrás de las cuales avanza el interés
británico, y tal vez una mayor venalidad caracteriza su gestión.
Pero
representando en cierta manera la unidad del país, no puede estar del
todo ajena a los intereses del interior y a las tentativas
industrialistas que comienzan a recobrarse, y de una manera imprecisa y
discontinua comienzan a aparecer las primeras tentativas defensoras de
un posible desarrollo nacional autónomo. (…)
La gravitación
ejercida por el ejército trae de nuevo una preocupación de Política
Nacional incompleta y parcial, pero que es ya algo: la preocupación de
las fronteras. La conquista del desierto, la integración de la
Patagonia, la formación de la marina, las contingencias limítrofes con
Chile y la ocupación militar de los chacos y Formosa aseguran los
límites a que nos ha reducido la “victoria” de Caseros.
(…) En
los esteros del Paraguay se hundió la conducción mitrista del ejército,
con la estrategia y la táctica de las guerras policiales y punitivas de
los generales brasileristas uruguayos, hechas al desprecio de la vida
humana, que empieza por las del adversario y termina por las del propio
cuadro.
Casi todos los “orientales” de Mitre fueron sacados del
frente y pasaron a seguir las guerras interiores contra las provincias
sublevadas; ¡eran sólo expertos en degollar gauchos desarmados! En esa
desastrosa experiencia se aprendió de nuevo la ciencia de la guerra, y
un nuevo ejército comenzó a surgir de entre las ruinas. La esterilidad
del sacrificio y la convicción de haber servido a una política
extranjera, en perjuicio de la nacional, se hizo carne en los nuevos
jefes, y se perfiló una figura que habría de restaurar el sentido de la
política nacional de la milicia.
Su constructor fue el general
(Julio Argentino) Roca -que perdió allí a su padre, guerrero de la
independencia, y a un hermano-, cuyas primeras armas se habían hecho en
el ejército de la Confederación.
(…) La revolución del 74 es
decisiva; enfrenta por fin al ejército de fracción con el nuevo ejército
nacional. En Roca se define el Ejército Nacional que ya tiene un
conductor y una Política Nacional que aún falta en el gobierno. La
aventura revolucionaria de Buenos Aires termina ridículamente en La
Verde con la rendición de Mitre, que agrega una más a la cadena de sus
batallas perdidas. (La única que ganó fue Pavón y ya se sabe cómo).
Roca caudillo del ejército
El
ejército de Mitre termina como había vivido, matando indefensos; el
asesinato del general (Teófilo) Ivanowski, por las fuerzas sublevadas de
(José Miguel) Arredondo, representa la última demostración de una
técnica. La campaña de Roca, ganando tiempo, ante las urgencias de
Sarmiento que lo apremia, ignorante de que el general construye su
ejercito sobre la marcha, disciplinándolo y acondicionándolo como un
ejército moderno, termina en la batalla de Santa Rosa donde el ejército
nacional entierra definitivamente al ejército de facción.
Hay
ahora en el ejército un sentido elemental de la política nacional que se
irá perfilando con la marcha de su conductor. También hay otro estilo
que no es el de los degolladores. El general Francisco Vélez refiere
cómo el general Roca hizo fusilar, bajo la presión de sus consejeros, a
un supuesto espía, que después resultó que era verdaderamente agente de
enlace de su amigo (Francisco) Civit.
Agrega Vélez: “Es fama que
Roca sintió entonces profundo horror y que formo el propósito de no
firmar otra pena de muerte, propósito cumplido religiosamente durante su
larga actuación en la jefatura del ejército y del Estado… imputándose
tal vez debilidad al haber cedido ante incitaciones de algunos de esos
irresponsables que alardean energía aconsejando el sacrificio de seres
humanos que otros han de ejecutar”.
(…) Sólo Avellaneda, con la
modificación de la tarifa de avalúos, reinicia la política
proteccionista. Allí están los dos Hernández, el autor de Martín Fierro y
su hermano; Vicente Fidel López, Roque Sáenz Peña, Estanislao Zeballos,
Nicasio Oroño, Carlos Pellegrini, Amancio Alcorta, Lucio V. Mansilla,
según enumera (Jorge Abelardo) Ramos.
Es Pellegrini el que dice:
“No hay en el mundo un solo estadista serio que sea librecambista, en el
sentido que aquí entienden esta teoría. Hoy todas las naciones son
proteccionistas y diré algo más, siempre lo han sido y tienen fatalmente
que serlo para mantener su importancia económica y política. El
proteccionismo industrial puede hacerse práctico de muchas maneras, de
las cuales las leyes de aduana son sólo una, aunque sin duda, la más
eficaz, la más generalizada y la más importante. Es necesario que en la
República se trabaje y se produzca algo más que pasto”.
No es
todavía política nacional en lo económico, pero es una rectificación,
una atenuación del pensamiento de Caseros. Compárense esas palabras de
Pellegrini con las que siguen de (Faustino) Sarmiento: “La grandeza del
Estado está en la Pampa pastora, en las producciones del norte y en el
gran sistema de los ríos navegables cuya aorta es el Plata”. (De paso
perdieron la soberanía hasta en la aorta). “Por otra parte los españoles
no somos ni industriales ni navegantes y la Europa nos proveerá por
largos siglos de sus artefactos a cambio de nuestras materias primas”.
¿Ignoraba
el señor Sarmiento eso que el señor (Raúl) Prebisch llama los términos
del intercambio y que consiste en que año por año aumenta el valor de
las manufacturas con relación a las materias primas y que en esa carrera
hay que entregar cada vez más carne y más cereales por menos máquinas y
menos artículos? ¿Ignoraba también que lo que aumenta el valor de la
materia prima es la técnica y la mano de obra ante cuyo precio el valor
de esta última representa un por ciento insignificante? ¿Sospechaba
siquiera que la lana de un traje no representa ni el dos por ciento del
valor del tejido? ¿Sospechaba acaso que sin industrias el mayor valor de
la mercadería queda en el exterior, es poder de compra restado al
propio país e incorporado al país importador?
(…) Martín de
Moussy señalaba los electos de la libertad de comercio que Mitre había
inscripto en las banderas del ejército según su arenga: “La industria
disminuye día a día a consecuencia de la abundancia y baratura de los
tejidos de origen extranjero que inundan el país y con los cuales la
industria indígena, operando a mano y con útiles simples no puede luchar
de manera alguna”.
Dice José María Rosa: “Los algodonales y
arrozales del norte se extinguieron por completo. En 1869 el primer
censo nacional revelaba que provincias enteras apenas si mal vivían
madurando aceitunas o cambalacheando pelos de cabras” (Defensa y pérdida
de nuestra Independencia Económica).
Ramos, de quien extraigo
esta cita (Revolución y contrarrevolución), nos informa que en 1869
había 90.030 tejedores sobre una población de 1.769.000 habitantes y en
1895 sólo quedaban 30.380 tejedores en una población de 3.857.000. Lejos
de importar máquinas de producción, el capitalismo europeo en expansión
nos enviaba productos de consumo. No venía a contribuir, a nuestro
desarrollo capitalista sino a frenarlo.
Primeros pasos hacia una economía nacional
Esa
nueva promoción que tiene a Roca como conductor careció de una teoría
nacional de la política y de la economía. Sólo le fueron dados atisbos
parciales de la realidad; no así liberarse de las supersticiones
ideológicas, pero con todo, su carácter nacional la hizo contrabalancear
a los agiotistas y especuladores del puerto de Buenos Aires y
posibilitar algún desarrollo industrial.
A ellos debemos la
modernización y crecimiento de las industrias azucareras y
vitivinícolas, a las que por cierto la metrópoli británica no opuso
mayores dificultades, porque el azúcar significaba un golpe al comercio
rival de carnes, el saladero, que abastecía a los mercados azucareros
del Brasil y Cuba, y la industria vitivinícola contribuía a eliminar
otro competidor del mercado de exportación: Francia, abastecedora de
vinos.
Pero de todos modos se tonificaron las economías de dos
centros fronterizos -Cuyo y el Norte-, y se paró la emigración de sus
habitantes al litoral pastoril. Esta época y la de sus continuadores fue
también de enajenación de los ferrocarriles nacionales y de concesiones
leoninas al capital privado. Pero cumplió, en cambio, una política
ferroviaria de sacrificio a cargo del Estado, que tuvo en cuenta las
fronteras y estabilizó el norte argentino y la conexión con Bolivia.
(…)
Pero lo fundamental es que con Roca vuelve al país el concepto de una
política del espacio. Vuelve con un auténtico hombre de armas y vuelve
porque ya hay un ejército nacional y la demanda mínima de este, la
elemental, es la frontera.
Política nacional de las fronteras
Está
la frontera con el indio, abandonada desde Caseros, cuando éste vuelve a
rebalsar y hasta interviene en nuestras luchas civiles: Mitre ha traído
a los indios a La Verde como los llevó a Pavón seguramente para
replantear el dilema de Civilización y Barbarie a favor de la
civilización, del mismo modo que Brasil llevó sus esclavos a la lucha
por la libertad de los paraguayos.
La primera tarea que realiza
el ejército nacional es la conquista del desierto. El plan de
operaciones repite el de la Confederación, con medios más modernos pero
con la misma visión nacional. Lleva implícita la ocupación de la
Patagonia -que se realiza- y la definición de la frontera con Chile que
obtiene solución favorable, salvo en el estrecho de Magallanes, y
definitiva por la Política Nacional de las fuerzas armadas que
representa el fundador del nuevo Ejército Nacional.
Ella no
hubiera sido posible sin la construcción del mismo, por encima de las
facciones y sometimiento al mitrismo; la extensión vuelve a formar parte
de la Política Nacional que se irá complementando hacia el norte, con
los expedicionarios del desierto que en Chaco y Formosa consolidan, con
la ocupación hasta la frontera del Pilcomayo.
Toca también al
ejército nacional resolver la cuestión Capital que algo aliviará al
gobierno argentino de la presión constante del círculo de la oligarquía
porteña. Frente a Avellaneda vacilante ante la insolencia de (Carlos)
Tejedor y los demás mitristas, Roca expresa la posición firme de lo
nacional y la decisión del Ejército Nacional de no aceptar más retaceos a
la República.
Este es el momento decisivo y es bueno señalar lo
que destaca Ramos: al lado de Roca está Hipólito Yrigoyen, jefe del
futuro gran movimiento nacional. En cambio, (Leandro) Alem, está del
otro lado. Los clásicos al lado de los clásicos, los concretos al lado
de los concretos, los realistas al lado de los realistas. Del otro lado
los declamadores, románticos arrastrados por el influjo de las palabras
huecas, y las ideologías.
Es confusa la historia como que es cosa
de hombres. Digamos glosando a (Georges Louis Leclerc, conde de) Buffon
que el estilo define las corrientes históricas mejor que las palabras.
Hasta
1916 el pueblo es ajeno a todo el drama histórico desde Caseros. Desde
entonces hemos carecido de una verdadera política nacional; pero
señalemos los grados: durante el período del mitrismo no fue carencia:
hubo política antinacional consciente y deliberada, que se sostuvo en la
inexistencia del Ejército Nacional, reemplazado por una milicia de
facción.
Con Roca y la reconstrucción del Ejército Nacional
empieza a definirse una Política Nacional, zigzagueante entre la
comprensión parcial de los hechos y el adoctrinamiento antinacional de
los ideólogos (…) hay por lo menos una Política Nacional, la del
Ejército, expresada por su fundador, el general Roca, que tiene una
Política Nacional de las fronteras y una política económica a la que
falta mucho para ser nacional, pero ya retacea el librecambio impuesto
por los vencedores de Caseros en obsequio de los “apóstoles del comercio
libre”.
No llega con todo a constituir sino un mero atisbo de
Política Nacional: ella sólo se integrará por la presencia del pueblo en
el Estado.
Arturo Jauretche.
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