Por José María Rosa
El 1º de mayo de 1852 Alberdi publicaba la primera edición de Bases y Puntos de Partida para la Organización de le República Argentina, Derivados de la Ley que Preside el Desarrollo de la Civilización y del Tratado Litoral de 1831. etc. La posteridad, que poco o nunca leyó el libro pero lo tendrá por uno de los monumentos de la gloria Argentina, lo ha condensado en la brevísima denominación Bases. En contradicción con el historicismo de su Fragmento de 1837, Alberdi cree en Bases que debe dictarse una Constitución. Su gran afán había sido adelantarse un trecho al tiempo y adivinar hoy el pensamiento de mañana: por eso había sido rosista en 1837, mayo en 1838, riverista en 1839, según las posibilidades de cada posición; por eso en Chile había vuelto a estar contra Rosas cuando la intervención anglofranresa de 1845, y vuelto a alabarlo cuanto Inglaterra levantó el bloqueo en 1847. Sus convicciones ideológicas seguían la sístole y diástole de sus simpatías políticas: era romántico y no creía en la virtud de las constituciones escritas cuando Rosas se afirmaba; sin perjuicio de sentirse “clásico” si ocurría lo contrarío. Y ahora Rosas había caído en Caseros.
“Constitución” había sido la palabra - fuerza de los viejos unitarios en los años del Directorio y la Presidencia: la retomaron los neo federales en los tiempos que siguieron a la revolución de diciembre. Era una expresión atractiva con virtudes de magia: bastaría pronunciarla para que cesaran los males del país. Como Rosas no creyó en ella, la Constitución fue la gran bandera para luchar contra el tirano, y era de ley que cada vez que Rosas se enzarzaba en una guerra extranjera algún general se aliaba al enemigo con el patriótico propósito de dar una Constitución a los argentinos. Así lo hizo Lavalle apoyando a los franceses en 1838. Paz en apoyo de los ingleses en 1845, y acababa de hacerlo Urquiza al pasarse a los brasileños en 1851.
En 1852 Alberdi se ha vuelto a sentir constitucionalista sin dejar por eso de ser historicista: sigue creyendo que las instituciones no pueden plagiarse ni importarse, puesto que son “la manera de ser, de los pueblos”, y por lo tanto no era posible aclimatar en el pueblo argentino las leyes políticas del liberalismo anglosajón. Pero como tampoco es posible una Constitución que no fuera liberal anglosajona, el problema lo resuelve con la eliminación de los argentinos como factor eficiente en la nueva Argentina, y su reemplazo por anglosajones.
“Es utopía, es sueño, es paralogismo puro el pensar que nuestra raza hispano - americana, tal como salió formada de su tenebroso pasado colonial, pueda realizar hoy la república representativa... No son las leyes lo que precisamos cambiar: son los hombres, las cosas. Necesitamos cambiar nuestras gentes incapaces de libertad por otras gentes hábiles para ella”
Había que hacer el cuerpo para el traje, y no el traje para el cuerpo; reemplazar a los argentinos por las “razas viriles" – los anglosajones – aptas para vivir un sistema constitucional anglosajón: “Con tres millones de indígenas, cristianos y católicos, no realizaréis la República ciertamente. No la realizaréis tampoco con cuatro millones de españoles peninsulares porque el español puro es incapaz de realizarla allá o acá. Si hemos de componer nuestra población para el sistema de gobierno; si ha de sernos más posible hacer la población para el sistema proclamado, que el sistema para la población, es necesario fomentar en nuestro suelo la población anglosajona. Ella está identificada al vapor, al comercio, a la libertad, y nos será imposible radicar estas cosas entre nosotros sin la cooperación activa de esta raza de progreso y de civilización”. La libertad "liberal", que no la otra; libertad del extranjero para obrar sin trabas, autolimitación de la sociedad para no intervenir en el despotismo de los fuertes sobre los débiles. Libertad del individuo frente al Estado; no libertad del individuo frente el individuo. Libertad con predominio de pocos; no como igualdad de posibilidades para todos. Junto a esa libertad, el desprecio a la raza nativa incapaz de ser liberal de esa manera:
“La libertad es una máquina que como el vapor requiere maquinistas ingleses de origen. Sin la cooperación de esa raza es imposible aclimatar la libertad en parte alguna de la tierra” Racista, fuertemente racista, era el libro. Racismo a la inversa, que enaltecía a los de afuera en detrimento de la raza del escritor; que quería las prevalencia de lo foráneo sobre lo autóctono:
“Haced pasar el roto, el gaucho, el cholo, unidad elemental de muestras masas populares por todas las transformaciones del mejor sistema de educación: en cien años no haréis de él un obrero inglés que trabaja, consume, vive digna y confortablemente”
No eliminaba al criollo por su poca instrucción. Nada de eso; el criollo instruido no valía un inglés analfabeto: no era un problema de educación sino de estirpe:
“En Chiloé y en el Paraguay saben leer todos los hombres del pueblo y, sin embargo, son incultos y selváticos al lado de un obrero inglés o francés que muchas veces no conoce ni la o” .
Se eliminaba al criollo por no ser extranjero; o mejor por ser extranjero a la nueva Argentina. La Patria de 1852 no estaría en el pueblo, ni en la historia; ya no sería, “la tierra y los muertos”: ahora exclusivamente la tierra, pero sin los muertos ni los vivos; la tierra usada por otros.
“La patria es la libertad, es el orden, la riqueza, la civilización, organizadas en el suelo.nativo bajo su enseña y su nombre”.
Empezaba una nueva Argentina sin argentinos; suelo habitado por “razas viriles” donde todo sería civilización. Gobernar es poblar exigía despoblar de criollos previo a la población con las razas superiores. Alberdi escribía “civilización”, y a su pensamiento acudía el “confort” material, los adelantos de la industria, el vapor, la electricidad. Veía todo eso en la Argentina de mañana, pero como lo habían inventado los extranjeros consideraba justo no arrebatárselo.
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