Por el Prof. Jbismarck
Juan de Salazar era un capitán enviado por Pedro de Mendoza a remontar el rio paraná en busca de alimentos. Se encontró en la costa occidental del Paraguay, a una apacible y profunda bahía junto a un cerro, habitada por los mansos carios, indios agricultores y pacíficos. Se prometió al regreso levantar un fuerte allí y lo hace el 15 de agosto (1537) para servir de “reparo y amparo” en la conquista: la llama Nuestra Señora de la Asunción por la festividad del día. Se dispuso que Domingo Martínez de Irala sería gobernador provisorio. Este pensaba fundar una ciudad o “república”. Significaba dar legalidad a los “vecinos”, derecho a repartirse los indios en encomiendas, constituir una milicia autónoma y tener autoridades propias sin intervención de ultramar. Pensó hacerla en Asunción y ordenó concentrar allí las guarniciones de los reales de Buenos Aires y Buena Esperanza. Para eso fueron, a principios de 1541, Irala y Cabrera a Buenos Aires, cuyo estado era lamentable; entra mayo y junio la desmantelaron y trasladaron; no pudieron llevarse los caballos alzados que habían aprendido a defenderse de los tigres y reproducido en gran cantidad. el 16 de septiembre de 1541 quedó instalada la “ciudad” de Nuestra Señora de la Asunción con su cabildo y autoridades. Junto al antiguo fuerte se delinearon las calles y repartieron los solares y los indios en “encomiendas”. El 10 de marzo de 1540, sin conocer aún la muerte de Ayolas, concluía el rey con Álvar Núñez Cabeza de Vaca una capitulación otorgándole a éste, en caso de comprobarse el fallecimiento del sucesor de Mendoza, el adelantazgo del Río de la Plata. Notables e increíbles habían sido las hazañas de Álvar Núñez en el Nuevo Mundo que le permitieron aspirar al adelantazgo. Tesorero de la desgraciada expedición de Pánfilo de Narváez a la Florida en abril de 1528, padeció las guerras, naufragios y hambres de esa jomada. Desaparecido el jefe, Cabeza de Vaca tomó el mando de los quince sobrevivientes obligados a convivir con los indígenas en las costas de Texas. Cinco años habitó entre ellos convertido en médico por algunos conocimientos empíricos de medicina y cirugía, hasta conseguir escaparse solo. Caminó hacia el norte; fue el primer europeo en pisar la zona del oeste de los actuales Estados Unidos, recorridos durante meses, hasta que en julio de 1536 consiguió llegar a México. Fue la de Álvar Núñez una expedición de poblamiento y organización municipal. Se le ordenaba la fúndación de ciudades —no ya fortalezas— con sus alcaldes “elegidos por los pueblos” para distribuir justicia en la planta urbana. Santa Catalina el 29 de marzo siguiente, de la que toma posesión como ordenaban sus capitulaciones. Arribó a Santa Catalina y con 250 infantes y 26 caballeros emprenderían a su mando la marcha; al mismo destino a través de la selva. Salido el 18 de octubre, en febrero llegó a cataratas del Iguazú; de allí despacharía parte de su gente, que habían enfermado de fatiga o enfermedades tropicales, en balsas, río Paraná abajo; mientras él seguiría con el resto imperturbablemente a pie. El 11 de marzo llegó a Asunción después de atravesar cuatrocientas leguas de selvas y pantanos en una de las más extraordinarias marchas de la historia. Irala preparaba en febrero de 1542 una expedición a las sierras de la Plata, su constante afán, cuando tuvo noticias de acercarse el segundo adelantado. Quedó en Asunción para entregarle el mando.
El segundo adelantado no tardaría en chocar con la “gente”, llegándose a una tirantez que desembocaría en franca rebelión. Se la ha atribuido el orgullo de Álvar Núñez, los desplantes de sus capitanes, el despecho de Irala mal avenido con el nuevo gobernante y aun a intrigas de los encomendaderos por reformas que el adelantado se proponía en el régimen de encomiendas. Algo de eso hubo; pero la causa esencial fue el desconocimiento por el adelantado de la realidad política y social indiana. Quiso prescindir de la gente, y la gente acabó por prescindir de él. La vida de los conquistadores en Asunción, molestaba al austero adelantado. Como compensación a las fatigas, la lucha constante, o el desencuentro con la plata que daba nombre a la región, los conquistadores se habían dado a los goces materiales. La belleza y la gracia de las carias, y la falta de mujeres blancas, había hecho, que cada vecino repartiera en “encomienda” un harem y entregado plácidamente a la poligamia. Asunción era “el paraíso de Mahoma” decía Ruy Díaz de Guzmán: “un pueblo de quinientos españoles y quinientas mil turbaciones” clamaban indignados los sacerdotes. Era difícil, si no imposible, modificar ese estado de las cosas. El “paraíso” llegaba tras las cruentas experiencias del hambre, la guerra y las singladuras por el río; y los conquistadores lo tomaban como justa compensación por sus esfuerzos. Como se sentían pobladores más que conquistadores, se entregaban a la tarea de poblar, negándose nuevas “entradas” a la sierra de la Plata: Esas cosas chocaron al grave adelantado. Quiso poner cierto orden en la poligamia asunceña y por lo menos prohibió que los vecinos tuvieran en su casa “ni fuera de ella” indias de parentesco próximo, como madre e hija, dos hermanas, etc., “por el peligro de las conciencias”. Pero el mal estaba en haberse quedado en un “paraíso de Mahoma” puesto por el Diablo a mitad de jomada al Imperio del Rey Blanco, y se dispuso a reanudar la jomada hasta el destino final. Atribuyeron a Álvar Núñez ambiciones de independizarse del rey, dijeron que en Santa Catalina había arriado el pabellón real reemplazándolo por el suyo. Alonso de Cabrera seguido de numerosos tumultuarios apresó a Cabeza de Vaca al grito comunero: A la tarde, reunidos los vecinos al tiempo de abrir un proceso “por traición” al depuesto adelantado, conferían a Irala el mando supremo “hasta que otra cosa no se le ocurriese (al rey) mandar”. Un año quedaría preso Álvar Núnez en Asunción. En marzo (de 1545) en una carabela bautizada expresamente Los comuneros fue remitido a España al cuidado de Cabrera. Resultó tan elocuente el memorial de cargos, o tan grande la comprensión de Carlos V, que Álvar Núñez fue condenado a la pérdida de su cargo y destierro en África. Más tarde conseguiría rehabilitarse, pero se le prohibió volver al Río de la Plata.el monarca resuelve a fines de 1552 nombrar a Irala “gobernador real” de la Provincia del Plata. Lo hace por cédula el 1 de enero de 1553 encomendada a Martín Orúe, quien con cuarenta familias debería de paso a Asunción fundar una ciudad “cerca del puerto donde se dice Buenos Aires” para servir de fondeadero de los navios mayores y de trasbordo a los bergantines que remontarían el río. Durante el segundo gobierno de Irala fueron introducidas las primeras cabras y ovejas al Plata, traídas desde el Perú por Ñuflo de Chávez; también llegó el primer plantel de un toro y siete vacas de Santa Catalina. Irala, colmado de gloria y méritos, morirá en Asunción a los setenta años.
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