Por Omer Freixa
Durante su gobierno, Juan Manuel de Rosas mantuvo con los negros una muy buena relación. Las procesiones y otros actos gubernamentales contaron siempre con la presencia de ellos. Rosas siempre mantuvo una actitud amistosa hacia negros y mulatos. De hecho, muchos escapados del Brasil, le pidieron la libertad al Restaurador y los morenos lo veían con afecto por considerarlo libertador de los africanos. Los candombes, entre otras manifestaciones, mostraron las dimensiones del rosismo y un próspero momento entre los negros y el poder. El candombe, baile por antonomasia de los negros, tuvo su apogeo en la época rosista y se mantuvo en alza hasta su final, tras la batalla de Caseros, en 1852. Existen varias menciones sobre la importancia de los bailes de negros en el período. "El pueblo bajo, compuesto en buena parte por negros y mulatos, está conforme con Rosas como lo estuvo en la Roma de los Césares con Claudio, con Nerón o con Calígula" expresó un unitario contemporáneo: Valentín Alsina. La relación entre Rosas y sus seguidores morenos marcó a sus enemigos, los unitarios. Sarmiento, uno de sus más acérrimos críticos, señaló la importancia de esa relación: "Rosas se formó una opinión pública, un pueblo adicto en la población negra de Buenos Aires, y confió a su hija, doña Manuelita, esta parte de su gobierno. La influencia de las negras para con ellas, su favor para con el Gobierno, han sido siempre sin límites...".
Rosas, pragmático y
hábil, entendió desde temprano la conveniencia de movilizar a un sector
numéricamente importante, los negros, y para ello contó con la ayuda de su
influyente esposa, Encarnación Ezcurra, quien organizó candombes por cuenta
propia, por más que su marido la alentara, según lo atestigua una carta. En
ésta Rosas le escribe: "Ya has visto lo que vale la amistad de los pobres,
y por ello cuánto importa el sostenerla y no perder medios para atraer y
cultivar sus voluntades. No cortes, pues, su correspondencia. Escribe les
frecuentemente, mándales cualquier regalo sin que te duela gastar en esto. Digo
lo mismo respecto de las madres y mujeres de los pardos y morenos que son
fieles". Como se ve, el matrimonio
en el poder y su hija, Manuelita, tendieron un lazo muy fuerte con la
colectividad negra de la ciudad de Buenos Aires y esa relación quedó reflejada
en los candombes. Así lo entendió el Dr. Ramos Mejía al evocarlos como
"...algo así como las nupcias del amo con la plebe...'. En genuinos actos de provocación, Manuelita
bailaba con hombres negros suscitando el escándalo entre las filas unitarias,
como se plasma en la siguiente observación: "Y hela ahí danzando cuatro o
seis horas con ebrios, con asesinos y hasta con negros una vez. Danzando no los
bailes de la sociedad culta, porque eran unitarios, sino los bailes de la
plebe, con codos esos movimientos repugnantes y lascivos que llaman
'gracia'". Lo hacía al ritmo de las comparsas negras, las reuniones de las
"Naciones', comunidades de afrodescendientes de Buenos Aires. No obstante, haber recibido criticas y quejas
abiertas por eso, don Juan Manuel hizo oídos sordos. Por otra parte, tuvo varios defensores: en
1843, un partidario expresó en el diario oficialista La Gaceta: "El general Rosas aprecia tanto a los
mulatos y morenos que no tiene inconveniente en sentarlos en su mesa y comer
con ellos...". Los candombes, según
sus adversarios, mostraban la parafernalia del régimen rosista y probaban su demonización.
En ellos los negros sacaban a relucir las insignias federales rojas, la divisa
punzó. El baile despertaba los peores temores en los respetables blancos frente
a los excesos de los rosistas negros. Ramos Mejía, quien trazó un perfil
psiquiátrico de Rosas, escribió: "...la
extraña mascarada sugería el presentimiento de que serían aquellas pobres
bestias una vez enceladas por la acción de su chicha favorita o por el cebo
apetitoso del saqueo, consentido y protegido por la alta tutela del
Restaurador". La sensación que se repite en los testimonios es la de
miedo. Muchos percibían en los candombes el siniestro peligro de una invasión
de tribus africanas desnudas, un trasfondo ideal para la proliferación de la
lujuria y el crimen al ritmo del tambor. Esas fiestas, se argumentaba con
preocupación, alentaban la insumisión de los esclavos y eran interpretadas como
una transgresión muy seria a la tradición hispánica y católica. Saludo de
mujeres. Las esclavas negras del Buenos Aires se presentan con pancartas ante
Rosas.
¿Cómo eran los
candombes, los bailes populares, en época de Rosas? Comenzaban con loas al
Restaurador, versos escritos por los negros mismos o por sus propagandistas. Más
de 6.000 negros participaron del acto, según registran las fuentes. Juan
Manuel, Encamación y Manuelita presidieron el candombe, desde su posición de
reyes, acompañando a los jefes de cada uno de los tambos. jomada especial y demostración de las fuerzas populares. Incluso, en uno de los peores gestos de
provocación de los que se recuerda, Rosas utilizó a dos mulatos como
introductores de embajadores extranjeros, Biguá y Eusebio, dos
"locos" que lo entretenían en Palermo. Rosas se fundía entre la multitud, aunque al
comienzo se presentaba vestido con uniforme y revistaba las filas de alegres
bailarines. Más tarde se hacía ver como soldado, engañando y entreteniendo a
los negros que al comienzo lo veían desaparecer y, preguntándose dónde estaría,
luego lo reencontraban vestido como uno más, tras la pequeña broma. Finalmente,
se mostraba ataviado como paisano, y a caballo.
los negros temían dejar de contar con el apoyo de Rosas, pero eso no
aconteció; por el contrario, esas manipulaciones encubiertas mostraban que tras
el aspecto lúdico y la aparente disipación de las fronteras étnicas, había una
fidelidad digna, pero acompañada por una advertencia sobre su poder. Durante su
extenso gobierno, el candombe tuvo su momento de mayor difusión, tras varias
prohibiciones, como la de 1820. Rosas ordenó bailarlo hasta los domingos,
además de las fechas especiales en que ya se acostumbraba y reemplazó la
procesión cívica de días patrios por desfiles de negros. En suma, muchas veces
la ciudad devino una fiesta, porque tras cada victoria federal, desfilaron
bandas de músicos negros por sus calles. Además del candombe, los negros
gozaron de otras ventajas tangibles. Por ejemplo, se abolió el tráfico de
esclavos y fueron frecuentes donativos a las sociedades africanas de ayuda
mutua. La buena relación entre Rosas y sus adeptos negros también se mostró en
el servicio de las armas; si bien el servicio militar más de las veces no era
voluntario y el tiempo de conscripción se hizo muy prolongado (10 a 15 años),
los hombres de color respondieron de buen modo al llamado en defensa de la
Federación. Como en épocas pasadas, también Rosas contó con batallones formados
exclusivamente por negros: la Guardia Argentina y el Batallón Restaurador. Lo negro fue asociado con lo feo y por ello
los críticos del régimen atacaron a la esposa del Restaurador apodándola
"mulata Toribia". El año 1852
quedó registrado como una bisagra tras la derrota en Caseros, muchos volvieron
y se dispusieron a construir un país cuyo modelo mirara a Europa, pero no a la
tradición hispánica, ni mucho menos a la indígena o africana. La adhesión de los negros a Rosas tuvo varios
motivos pero no se pone en duda su autenticidad. Ahora bien, su participación
en las filas del caudillo afectó la reputación social de los de rostro de
bronce tras 1852. Para los unitarios, de
ahora en más dueños de la situación, los negros habían sido callados mientras
el rosismo quedaba como un recuerdo desagradable del pasado. El escritor José
Wilde lo resume así: "Vino el tiempo de Rosas que todo lo desquició, que
todo lo desmoralizó y corrompió, y muchas negras se revelaron contra sus
protectores y mejores amigos. En el sistema de espionaje establecido por el
tirano, entraron a prestarle un importante servicio delatando a varias familias
y acusándolas de salvajes unitarios; se hicieron altaneras e insolentes y las
señoras llegaron a temerlas tanto como a la Sociedad de Marzorca". Entonces, en el espíritu de la nueva era
inaugurada a partir de 1852 se quiso erradicar el pasado salvaje, con una
operación simbólica, derrumbando en 1899 el antiguo caserón de Rosas ubicado en
Palermo, nombre del barrio actual que coincide con el santo más venerado por
los negros de Buenos Aires. Así acabó el último vestigio del período de gloria
para los morenos en su relación con el poder, momento en que el negro se convertía
en poco más que un recuerdo difuso y horroroso del pasado.
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