Rosas

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sábado, 31 de diciembre de 2022

20 de Febrero de 1813: Batalla de Salta

Por Julio R. Otaño

El Ejército del Norte, al mando de los Generales Manuel Belgrano y Eustoquio Díaz Vélez, se enfrentó en los campos de Castañares del norte argentino a las tropas españolas del Virreinato del Perú comandadas por el brigadier Juan Pío Tristán. Sucedió el 20 de febrero de 1813, es conocida como la Batalla de Salta y El conflicto finalizó con la victoria de las Provincias Unidas del Río de la Plata.  fue una de las victorias más importantes de la independencia argentina, los realistas se rindieron completamente.   Por su parte, el General Manuel Belgrano acordó que el ejército vencido entregara sus armas, banderas e instrumentos, y juraran no volver a luchar contra la nueva patria naciente. A cambio, se les perdonaría la vida y una retirada en paz. 7 Días antes a orillas del río Pasaje, sus soldados juraron fidelidad a la bandera. Desde entonces el curso de agua pasó a llamarse Juramento.  El 19 de febrero por la mañana estaba en la hacienda de Castañares. Se sentía enfermo. Sufría de fuertes dolores estomacales y tenía fiebre alta. Tenía preparado un carruaje por si el día de la batalla no pudiese montar.

Con un marco de una lluvia copiosa, Belgrano hizo la presentación de la bandera por él creada, que llevaba su ayudante Mariano Benítez. Por primera vez flamearía en el campo de batalla. Al comienzo de las hostilidades Eustoquio Díaz Vélez, al mando del ala derecha, fue herido de bala en el muslo izquierdo y debió ser reemplazado por el teniente coronel Manuel Dorrego. Belgrano le ordenó a Dorrego llevarse por delante al enemigo, pero sin cruzarse con el fuego de la artillería patriota, quien lo apoyó en un arrollador avance que hizo desbandar el ala izquierda española. Totalmente en caos, huyeron hacia la ciudad, perseguidos por los cuerpos de Dragones y Decididos de Salta.  El centro realista quedó rodeado y tenía poca capacidad de maniobra por un profundo zanjón. Recibieron violentas cargas de Dorrego, de Forest y de Superí. También huyeron a la ciudad, abandonando la artillería.  Los españoles irrumpieron en la ciudad, escondiéndose en casas particulares y en iglesias, y los soldados no hacían caso a las órdenes dadas por sus superiores.  El combate había durado cerca de tres horas.   Belgrano sorprendió con su decisión: decidió dejar en libertad a 2776 prisioneros. Les ofreció pasarse de bando y a los que se negasen, deberían jurar no volver a tomar las armas contra las armas de la Revolución. Quiso diferenciarse de los realistas en el trato al enemigo, a fin de ser bien recibido en el Alto Perú.  Rechazó la espada que le entregó Tristán y lo abrazó delante de todos. Ordenó abrir una fosa común en el campo de batalla, donde fueron enterrados los muertos de ambos bandos.  Muchos de ellos volverían a tomar las armas, ya que un obispo español no tardó en liberarlos de ese juramento.   Cuando la noticia llegó a Buenos Aires, todo fue fiesta. Salvas de artillería, repiques de campanas, la ciudad estuvo iluminada tres noches seguidas y sin importar el primer día de cuaresma, se organizó un baile en plena plaza Mayor.  Por sus resonantes victorias, el gobierno premió a Belgrano con 40 mil pesos, algo así como ocho kilos de oro. Dividió esa fortuna en cuatro para la construcción de cuatro escuelas a construirse en Tarija, Jujuy, Tucumán y Santiago del Estero. Tan entusiasmado estaba Belgrano que el 25 de mayo de 1813 elaboró un reglamento para dichas escuelas, en donde no dejó ningún detalle al azar. No llegaría a verlas. La de Tarija se construiría en 1974, la de Tucumán, en 1998 y la de Jujuy, en 2004, mientras que la de Santiago del Estero se habría levantado con fondos provinciales.  

El saldo en las filas enemigas fue devastador. Quedaron cuatrocientos sesenta muertos en el campo de batalla, unos ciento treinta heridos y el resto del ejército realista había capitulado. Nunca se había logrado semejante resultado en una batalla por la Guerra de la Independencia. Fue entonces cuando se dio la situación que generaría tantas críticas.  Belgrano autorizó que el enemigo se marchase con la condición de que sus jefes jurasen que no volverían a luchar contra el ejército de Buenos Aires. Además, los vencidos se comprometían a entregar el armamento y devolver a los prisioneros. También se determinó que partirían cuanto antes de Salta y de Jujuy.    A los críticos, Belgrano les respondió que era muy fácil considerar opciones desde escritorios alejados del campo de batalla. Estaba convencido de que la mejor idea era que cada soldado regresara a su casa con una nueva percepción acerca de Buenos Aires y su ejército: los vencedores no eran demonios, no eran salvajes. Los porteños los trataban como hermanos. Tal vez también en esto se inspiró en Tacuarí. Porque Cabañas los tuvo a su merced y, a pesar de la ventaja, los dejó ir. Claro que en aquella oportunidad Belgrano cumplió su palabra. Pero en este caso, cuando Tristán reunió a los hombres en Potosí, les explicó que tenían el perdón del obispo y que el juramento que habían hecho no tenía ninguna validez.  Por su parte, el virrey José de Abascal había dicho que la rendición no tenía ninguna validez porque sus generales carecían de autoridad para firmar ese tipo de armisticio. ¿Entonces Belgrano tendría que haberse quedado con ese grupo de prisioneros? ¿Sería posible con sus tres mil hombres mantener a otros tantos cautivos? Debía alimentarlos, vigilarlos, curarlos. Ya había descartado ejecutarlos.    Igualmente menos de 300 (de un numero de 3000) no cumplió su juramento ese grupo se hacía llamar “El escuadrón de la muerte”. Porque estaba más que claro que cualquiera de ellos, en caso de ser tomado prisionero por Belgrano, sería ejecutado en forma inmediata. (en las invasiones inglesas tenemos el ejemplo de dennis Pack).    Cabe hacer algunas consideraciones sobre la índole de la guerra que se estaba desarrollando en nuestra América, Levene sostenía con firmeza que América nunca fue una colonia de España, sino que sus partes eran provincias del imperio, reinos de ultramar, integrados por vasallos libres de la corona, como proclamo Isabel la Católica desde el Descubrimiento a los indios y luego súbditos, que tenían sus representantes en las Cortes o sea el Parlamento de España.   Pero Roberto Marfany y luego Vicente Sierra sostienen que la guerra de la independencia, tanto en España como en América, fue una guerra civil, en la que se enfrentaron dos concepciones: la absolutista de Fernando VII y la liberal de la Junta de Cádiz y demás juntas constituidas.  En ambos bandos había españoles y americanos. Prueba de ello es que el liberal General Pío Tristán, vencido en Tucumán y Salta, fue en su país, Perú, el último Virrey in pectore y Ministro de Guerra en el Perú independiente en el 1830.  Igualmente, varios presidentes peruanos revistaron y combatieron en el ejército real en el sector liberal, y luego presidieron brillantemente la nación peruana, entre ellos La Mar, Castilla, Santa Cruz y Salaverry.  El tremendo e inteligente esfuerzo de Manuel Belgrano logró en tan solo un año, sin recursos, sin apoyo del gobierno central, disciplinando y ordenando un ejército devastado, darnos bandera, victorias y territorio. Logrando asegurar el único movimiento revolucionario de América que tuvo continuidad y permanencia. El cual luego sería catapultado por San Martín. Salta fue el reaseguro de todo ese movimiento revolucionario, he ahí su gloria imperecedera


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